Viernes, 26 Abril 2024

San José

San José, el padre de Jesús

 

José, ante todo mundo, como ante Dios, fue siempre el Padre de Jesús, al cual muchas veces se le llamaba ”El Hijo del carpintero”. (Mt. 13 ,55).

Ciertamente no fue padre según la carne ni la sangre sino por especial vocación de parte de Dios. Padre no es sólo quien engendra sino de una manera especial quien enseña a vivir. Por esta razón podemos llamar justamente a José ”Padre de Jesús”. Fue verdadero Padre de Jesús en la plenitud de significado de esta palabra.

José fue Padre por decreto divino. Su paternidad emanó directamente del Padre de las luces. Fue llamado y equipado por Dios mismo para la misión más delicada y hermosa que hombre alguno pudiera soñar: ser un destello de la paternidad divina y un reflejo del mismo Dios.

Hijo de David

Diez siglos antes Dios había hecho una formal promesa a su siervo David por boca de su profeta Natán: Un descendiente suyo reinaría eternamente en el trono de Israel. (2 Sam. 7, 12-16).

Desde entonces nació en el pueblo una esperanza que jamás se apagaría y que, por el contrario, se acrecentaría en los momentos de peligro y de amenaza. Del tronco de Jesé brotaría un retoño, el cual estaría lleno del Espíritu de Dios. Sería el Mesías que representaría los derechos divinos en este mundo, restableciendo la antigua gloria de Israel.

Pasaron más de mil años para que esta palabra pudiera cumplirse. Fue hasta que un pequeño pueblo de la Galilea de los gentiles, allende del mar, comenzó a brillar una luz en las tinieblas: un descendiente de la casa de David, de nombre José, se desposó con María. Así de sencillo y hermoso era el principio del cumplimiento de tan gran expectativa de Israel.

En la genealogía de Jesús ofrecidas por Mateo y Lucas (Mt. 1, 1-7; Lc. 3, 23-38) se acredita a Jesús su filiación davídica no por la parte materna sino por la rama de José. La herencia regia le pertenecía gracias a su padre.

Por eso, sin duda que el título más noble y glorioso de José es ”Hijo de David” ya que de esta manera se le encuadra en el contexto de las profecías mesiánicas, introduciéndolo directamente en el capitulo más importante de la historia de la salvación.

José fue el canal por el cual también a Jesús se le otorgaría el titulo mesiánico de ”Hijo de David” , significando con ello que él era el descendiente soberano que habría de sentarse en el tronco de David, su Padre.

El humilde carpintero de Nazareth está situado en medio de dos pilares regios: David y Jesús. Es el eslabón que une a estos dos grandes personajes de la historia. Su papel es como su misma sangre regia: camina escondidamente pero gracias a ella se comunica la vida y la promesa mesiánica.

José de Nazareth es inseparable de su esposa y de su hijo. No es legítimo divorciar a la pareja más unida ni dividir la familia más integrada. José fue verdadero padre de Jesús como auténtico esposo de María.

Su papel ha sido esencial en el plan de Dios. Su figura no es ciertamente la imagen desfigurada que siempre se nos ha presentado.

No fue patriarca por anciano sino por fecundo.

No fue casto por privarse de la sexualidad sino porque amó sin egoísmos.

No fue humilde por vivir aplastado y hecho un lado en la familia sino porque cumplió fielmente el plan de Dios.

La historia de la salvación se engarza con eslabones que continúan la acción salvífica de Dios en el mundo. Junto a él siempre se encuentra María. José es el eslabón que une la esperanza de Israel con el Mesías y a éste con el glorioso porvenir del Reino.

Su persona se refleja tanto en María como en Jesús. Ha dejado una imborrable huella en la historia. Sin él este mundo sería de alguna forma distinto.

Nota: Colaboración enviada por José Hernández

Educadores en el corazón de San José

 

 

 

CONGREGACIÓN de SAN JOSÉ

Josefinos de Murialdo

El Superior General c.c. 18

 

Roma, 9 de marzo de 2011

Inicio de la Novena de S. José

 

“Hijo, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (Lc 2,48)

Educadores con el corazón de San José

 

Estimados hermanos:

Siempre que se acerca la fiesta de San José, nuestro patrono, y el aniversario de la fundación de nuestra familia religiosa, me invade el mismo pensamiento y deseo.

Me gustaría encontrarme en aquella Capilla del Colegio de los Artesanitos de Turín, participar en la oración y en la intensidad de la emoción espiritual de Murialdo y de los hermanos que le rodeaban formando el primer núcleo de la “Congregación de San José”.

¿Dónde nacimos? ¿Cómo nacimos? ¿Para qué nacimos?

El sentido del nacimiento custodia el sentido de la vida y creo que sea muy importante recordar, o sea reconducir al corazón, el momento del nacimiento de nuestra familia religiosa para comprender su historia y su camino.

En particular, quisiera poder entrar en el corazón del Fundador, en su extraordinaria pasión por la salvación terrenal y eterna de la juventud pobre y abandonada, y que él había conocido en los suburbios pobres de la ciudad de Turín de aquel tiempo, durante sus primeros años de sacerdocio; esa juventud que hizo total y plenamente suya cuando, en el 1866, asumió la dirección del Colegio de los Artesanitos.

¿Por qué Murialdo, que nunca había imaginado ser religioso y tanto menos fundar una nueva familia religiosa, a los pocos años de asumir la dirección del Colegio, había dado origen a la Congregación y el 19 de marzo de 1873 la había puesto bajo el patrocinio de San José?

Todos conocemos las respuestas a estas preguntas, las encontramos en los documentos históricos, pero es necesario actualizarlas y descubrir su significado existencial para nosotros.

¿Dónde hemos nacido?

Como Congregación nacimos dentro de una institución educativa, con su historia, sus dificultades y sus acontecimientos cotidianos… se podría decir que hemos nacido entre los problemas, las lágrimas y las esperanzas de aquellos huérfanos que el Colegio y toda la Obra de los Artesanitos, un auténtico “sistema educativo” acogían, seguían y preparaban a integrarse en la vida con una instrucción digna, con una formación adecuada y con una profesión: como buenos cristianos y honestos ciudadanos.

Quizás, mientras en la Capilla del Colegio de los Artesanitos, aquel 19 de marzo, Murialdo, don Reffo, don Constantino y los demás estaban recogidos para rezar, sentían el barullo de los muchachos en el patio, o el paso de algún “grupo” en los pasillos, o el rumor de los talleres de los pequeños aprendices. Aquellos rostros, aquellas voces, aquellos corazones constituían el sentido de su consagración y de su misión.

¿Cómo nacimos?

En medio de los huérfanos, de los jóvenes pobres, de los pequeños trabajadores; en medio de las preocupaciones por sus problemas y su futuro; “apenados” por la explotación de la que a menudo son víctimas y para ayudarles a aliviar sus sufrimientos.

¿Para qué nacimos?

Murialdo ha fundado nuestra congregación para que el Centro educativo de los Artesanitos tuviese un futuro, una continuidad y estabilidad.

Nacimos para ser educadores de los muchachos y de los jóvenes más pobres, para ser su voz y para defenderlos de cualquier peligro y prepotencia, para garantizar sus derechos y ayudarles a comprender y a cumplir sus deberes, para ayudarlos en la vida, para ponernos de su parte, para estar siempre en medio de ellos, dedicarles totalmente nuestra existencia: ¡esta misión es nuestra “consagración”!

El XXI CG subraya todo esto escribiendo que nuestra profecía consiste en vivir la compasión de Dios: “escuchando y confiando a Dios el grito del joven pobre” (CGXXI, 1.1.1) y “denunciando el mal y actuando, sobre todo allí donde Cristo “con-funde” su rostro con el de los jóvenes pobres y abandonados, para que no se pierdan (ne perdantur)” (CGXXI 1.1.2).

Uno de los principales objetivos de los últimos capítulos generales ha sido el de crear unidad entre los diversos elementos del proyecto carismático y, sobre todo, entre la espiritualidad y la misión.

Es un dato constante de nuestra tradición: Murialdo, en el Reglamento del 1873, escribía que la finalidad de la congregación “era la santificación de sus miembros mediante la educación de los jóvenes pobres o díscolos” (art. 1).

Las Constituciones del 1904 presentan la espiritualidad del educador josefino como un “reconocer en los muchachos (…) al mismo Jesucristo, muchacho, y a sí mismos como compañeros de ministerio de san José, óptimo educador” (art. 80).

En el recuerdo de nuestro nacimiento, de su preciso contexto y de su razón de ser, se encuentra, por tanto, una clara indicación de nuestra consagración como josefinos, de nuestra espiritualidad como Familia de Murialdo, de nuestro camino ante la realidad y los problemas de la juventud de nuestro tiempo.

Junto a la memoria actualizada del carisma fundacional necesitamos una visión del futuro, que acoja con valentía y confianza los desafíos del tiempo en que vivimos.

El XXI CG nos recuerda al respecto: “Nuestra espiritualidad nos solicita a encarnar el “hoy” evangélico de Cristo manteniendo fijos nuestros ojos y nuestro corazón en los jóvenes pobres para ofrecer respuestas nuevas y apropiarnos del desafío educativo con y por los mismos jóvenes”.

Vivimos en un tiempo en que con fuerza y preocupación ha vuelto a reaparecer el tema de la educación. Nos preocupamos de afinar los instrumentos de análisis, de plantear preguntas, de sugerir respuestas.

Nosotros, una congregación de religiosos consagrados a la misión educativa, nos sentimos plenamente implicados en esta cuestión, que es la “pasión” de nuestra vida.

Nos transformamos de buena gana en compañeros de viaje y de búsqueda de todos los que, afirmando la importancia de la educación, quieren ponerse en juego, estar de la parte de los jóvenes y construir un futuro mejor para todos.

Del resto, la educación es aquel camino que los jóvenes y los adultos habitan y recorren juntos hacia la creación de una existencia más fraterna, más solidaria, más creativa, más auténtica, capaz de saldar la sabiduría del pasado con la falta de prejuicios y las ganas creativas del futuro.

Nuestra misión educativa entre los jóvenes pobres alimenta y genera espiritualidad; es el lugar de nuestra santificación. Pero al mismo, para poder ser realmente una verdadera misión evangelizadora, tiene que estar animada por un profundo espíritu religioso.

La misión es la “forma”, el principio generador y unificador de la vida religiosa y todo esto es particularmente evidente en la figura de San José, según la óptica de Murialdo.

Nuestro punto focal, nuestra guía en el compromiso de educadores es nuestro patrono San José.

Murialdo enumera “los títulos que nos persuaden en la elección de San José como nuestro patrono, con preferencia de cualquier otro santo:

a.- La mayoría de nuestras casas son de obreros. San José fue el artesano más santo, después del artesano Dios, Jesucristo. Es evidente, entonces, que tenía que ser elegido como protector de los artesanos. Y mucho más porque, aunque descendiente de reyes, quiso ser artesano, más que de cualquier otra condición social.

b.- Quien en esta casa no es artesano, o sea los Maestros y los estudiantes, tienen que cuidar de manera muy especial la vida interior; la unión interior con Jesucristo; e incluso los artesanos tienen, para poder alcanzar la perfección, que aplicarse, en todo lo posible, en la vida interior; presencia de Dios; pureza de intenciones; unión de afectos con Jesucristo; actual amor a Dios; el un ojo al corazón y el otro a Dios.

c.- Una de las gracias que más necesita la juventud es conocer su vocación; no sólo saber a qué profesión Dios llame a un joven, sino especialmente saber si Dios, con grande dicha, no llame a alguno a la sublime dignidad del sacerdocio, o a la aventurada suerte de ser elegido y llamado a ser porción de la heredad de Dios en alguna Orden o Congregación religiosa, o por lo menos a servir al Señor con todo su corazón incluso en el mundo, pero en un celibato inspirado por la gracia de Dios, y elegido para poder ser total y únicamente de Dios. Ahora bien, el protector y el Maestro de la vocación es nuestro glorioso san José, que tuvo la misión de guiar los primeros pasos de Jesús (…) (Escritos, 7,325).

Tenemos que mirar a San José, por tanto, si queremos renovar y recalificar nuestra vocación de consagrados educadores.

Entre la muchas propuestas mandadas por las comunidades y las provincias para un icono bíblico de cara al próximo capítulo general del 2012, hay una que me ha llamador particularmente la atención.

Es aquel que lleva el título de esta carta: “Hijo, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Estando a la narración del evangelista Lucas, éstas son las palabras de María, cuando, junto a José, encuentra a Jesús en el templo entre los doctores.

Nos lanzan un rayo de luz sobre el corazón de José y sobre su responsabilidad ante Jesús y tal vez nos indican a nosotros, hijos de San José, senderos de compromiso educativo en medio de los desafíos educativos y de los problemas de los jóvenes de hoy.

Como familia de consagrados educadores también nosotros “buscamos al hijo”.

El compromiso de educar consiste para nosotros en hacer que cada joven sea ayudado a descubrir su dignidad de hijo en el Hijo, su vocación terrenal y eterna.

El compromiso de educar nos solicita a reconocer en cada muchacho o joven el rostro del Hijo y, por tanto, a respetar su libertad, a confiar en sus posibilidades; y también a tratar a cada muchacho o joven como a un hijo, reflejando en nuestro modo de ser y de actuar los comportamientos del Padre que Jesús nos presenta en el Evangelio.

Como familia de consagrados educadores también nosotros “buscamos al hijo”.

¡Murialdo ha ido a buscar a los jóvenes! Igualmente nosotros tendríamos que buscarles y estarles cerca, en medio de las dificultades que encuentran cada día y con el peligro de ser abandonados, instrumentalizados y explotados.

Murialdo, aceptando en los Artesanitos a un huérfano, sabía muy bien que se estaba comprometiendo para siempre con ese muchacho, lo sentía como “un hijo en casa” y se preocupaba de él – como bien lo demuestran la correspondencia y las instituciones – incluso después de haberse integrado en el trabajo o después del matrimonio.

Buscamos a cada “hijo” que se ha perdido en este tiempo revuelto: hemos nacido y somos consagrados para esta misión. Lo buscamos “apenados”, mejor dicho angustiados, con el pesar de quien ha asumido como propio el dolor de los demás, lo buscamos con compasión evangélica.

Como familia de consagrados también nosotros “buscamos al hijo

“Tu padre y yo”… lo buscamos juntos, como grupo de educadores en la Familia de Murialdo, y junto a su familia de origen, porque la reconstrucción de las “alianzas educativas” es una de los más importantes desafíos de la emergencia educativa.

Como familia de consagrados educadores también nosotros “buscamos al hijo”.

Lo buscamos junto a San José: él es nuestro patrono y nuestro ejemplo.

Nos es de ejemplo su silencio, que es también presencia.

La presencia silenciosa de San José al lado del hijo expresa la plena asunción de responsabilidad, la total fidelidad y dedicación. Sugiere igualmente el valor de la coherencia, tan necesaria al educador, entre la palabra y la vida. Indica la necesidad de abandonar cualquier pretensión de protagonismo o de dominio sobre la vida del otro: la responsabilidad consiste en ayudar e iluminar el camino de obediencia filial y luego saber hacerse a un lado, para que la vida del hijo florezca en la libertad.

Como familia de consagrados educadores también nosotros “buscamos al hijo”.

Por último, y sobre todo, a través del compromiso y la pasión educativa buscamos al hijo que vive en nosotros, al hijo que somos nosotros.

Educar significa dejarse educar, sentirse constantemente en camino, generarse y dejarse generar cada día como criaturas nuevas, juntos, hijos en el Hijo.

Renovemos nuestra gratitud a Dios por habernos llamado a ser “la porción de la heredad de Dios” en esta Congregación de educadores fundada por San Leonardo Murialdo: el recuerdo de nuestro nacimiento ilumine y guíe nuestro camino; el patrocinio y el ejemplo de San José hagan revivir y sostengan nuestra misión cotidiana de “buscar al hijo”.

 

Con cariño, os bendigo

 

p. Mario Aldegani

Padre Generale

San José en el siglo XXI


Las llamadas “fallas" son en Valencia las fiestas en honor de San José, Patrono del gremio de los carpinteros. Este origen histórico invita a que pongamos nuestros ojos en el Santo Patriarca al que Dios le encomendó, nada más y nada menos, que el cuidado de su Hijo y de su Madre. Este hombre, bueno y sencillo, no es sólo modelo de virtdes teológicas y espirituales. También es fácil reconocer en él un conjunto de virtudes y valores que hacen vida social más humana y, por tanto, más de Dios.

La Iglesia ha mantenido la memoria viva del Patriarca San José de muchos modos. Uno de los más eficaces es la devoción de los siete domingos previos a su fiesta, en los que se meditan sus dolores y gozos. Aquí encontramos un primer mensaje eficaz: la vida de las personas está tejida por momentos de todo tipo. Nadie escapa al sufrimiento. No es realista concebir la propia existencia como un camino exento de altibajos. Vivimos en una sociedad profundamente mercantilista donde es fácil dejarse seducir por la continua adulación orientada al consumismo. La llamada sociedad del bienestar resulta ser una ilusión, una promesa falsa que hace más dura la caída. La enseñanza de san José en el siglo XXI es animarnos a considerar que los dolores vividos con esperanza preparan el camino para un gozo superior.

José es modelo de respeto profundo a la dignidad de la persona, a lo que Dios tiene preparado para ella. Su dolor al plantearse si tiene que dejar a María, su esposa, se ve superado con creces por la alegría de saber que Ella ha sido elegida para Madre de Dios. ¡Cuánta necesidad tiene nuestra sociedad de aprender este respeto profundo para el matrimonio y para todas las relaciones entre las personas! El mejor antídoto contra la violencia es aprender a mirar a los otros con el respeto y el amor con que Dios nos mira.

En su camino hacia Belén para inscribirse en el censo, José aparece como un buen ciudadano que cumple sus obligaciones con respecto a su comunidad. María embarazada y José se comportan como las personas sencillas que no buscan privilegios y que incluso tienen que experimentar la pobreza, por falta de acogida de los demás. En su humildad son recompensados con el cariño y admiración de los pastores y también de los grandes señores que ofrecen sus dones  porque buscan a Dios. En José vemos con claridad que la vida de los pueblos está sólidamente cimentada cuando hay personas que saben cumplir su deber con amor, sin dejarse seducir por la tiranía del dinero, del poder o de las apariencias.

José presenta al Niño y a su Madre en el templo. Es modelo de la persona religiosa que vive con alegría los gestos de amor que Dios espera de sus hijos. Y allí en el templo va a conocer mejor la misión de su Hijo adoptivo: derramar su sangre para la salvación del mundo. El nombre de Jesús pasará a ser la llave que abra la puerta para que la fuerza del amor cambie el signo de la historia. Bien pronto José, como padre adoptivo, aprende a reconocer que los hijos no son propiedad de sus padres. Los hijos tienen una misión en la vida y en la historia que los padres tienen que aprender a respetar con alegría.

José aparece también como modelo de escucha de la voluntad de Dios y de la libertad religiosa. Cuando comprende que su Esposa y su Hijo van a tener que sufrir por la salvación del mundo, acepta que hay un orden superior en la comprensión de las cosas que está por encima de cualquier consideración humana. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Cuando nos sumamos a la voluntad de Dios el orden de las cosas humanas encuentra todo su sentido y expresión.

La huída a Egipto y el regreso a Nazarét marcan un programa de defensa de los derechos de la familia. La primera misión de la familia es proteger la vida y la educación de los hijos, y José actúa en consecuencia. Ante la tiranía de su época, el santo Patriarca actúa con prudencia buscando lo mejor para María y para Jesús. Vivimos en el siglo XXI en una sociedad de derechos, pero en ocasiones nos hallamos con que los derechos son más teóricos que reales, y en otras ocasiones los verdaderos derechos se difuminan.

Finalmente, José se nos presenta como un modelo para el trabajo y para vivirlo con sentido, desarrollando una ocupación que sostiene a la familia, y una vida familiar que educa para el trabajo, para la generosidad, para la responsabilidad hacia los demás.

Valencia es verdaderamente dichosa de centrar sus fiestas en la figura de San José. En él encuentra un modelo para renovar lo mejor de su alegría y de su convivencia. San José es en el siglo XXI un referente para recuperar la importancia social de la paternidad. Paternidad y maternidad son dos vivencias complementarias queridas por Dios que permiten a los hombres y mujeres sentirnos integrantes de la gran familia de la humanidad.

Con mi bendición y afecto,

Agustín Cardenal García-Gasco Vicente

Nota: El cardenal Agustín García-Gasco Vicente es arzobispo emérito de Valencia, España.

Oración a San José para pedir una buena muerte

Como muchos sabemos, San José es el santo patrono para pedir una buena muerte, ya que aunque se desconoce la fecha exacta de su muerte, la Tradición de la Iglesia menciona que murió como cualquier cristiano quisiera morir, acompañado de Jesús y de la Virgen María; es por ello que los que creemos y difundimos esta tradición, esperamos morir de igual manera en la que la hizo el Santo casto y silencioso San José. Además, para mí en lo particular, San José es otro ejemplo de ser santo haciendo de la vida ordinaria algo extraordinario. San José es el claro ejemplo de obediencia y fe a Dios nuestro Señor; es por ello que comparto con ustedes la oración a San José para pedir una buena muerte.

Oración a San José para pedir una buena muerte

Poderoso patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos, agradable consuelo de los desamparados, glorioso San José, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio; mi alma quizás agonizará terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad será sumamente duro; el demonio, mi enemigo, intentará combatirme terriblemente con todo el poder del infierno, a fin de que pierda a Dios eternamente; mis fuerzas en lo natural han de ser nulas: yo no tendré en lo humano quien me ayude; desde ahora, para entonces, te invoco, padre mío; a tu patrocinio me acojo; asísteme en aquel transe para que no falte en la fe, en la esperanza y en la caridad; cuando tu moriste, tu Hijo y me Dios, tu Esposa y mi Madre, ahuyentaron a los demonios para que no se atraviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores y los que en vida te hicieron, te pido ahuyentes a estos enemigos, para que yo acabe la vida en paz, amando a Jesús, a María y a ti San José. Amén.

- Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía.

- Jesús, José y María, asístanme en mi última agonía.

- Jesús, José y María, reciban, cuando muera, el alma mía.

Dios acrecentará

 

El origen y significado del nombre José es hebreo, y quiere decir: Dios da, o también: Dios acrecentará. El nombre procede del episodio bíblico en que Raquel, la esposa de Jacob, exclama a Dios: “auméntame la familia”, y así dio a luz a José, su undécimo hijo, tras un largo período de esterilidad. Este es el famoso José “el soñador”, que mandó traer a su familia a Egipto, asentándose ahí el pueblo hebreo, en donde él era el gran Ministro del Faraón. (Puedes leer esta bonita historia en tu Biblia: Génesis cap. 37 y sig.).

Pero el José que ahora nos ocupa en esta reflexión es el más conocido por todos: el señor San José, esposo de la Santísima Virgen María y padre adoptivo de Jesús, nuestro Salvador. Custodio del Redentor y casto compañero de María de Nazaret, doble y trascendente misión, entre otras virtudes, ejemplar y valientemente vividas por este “hombre justo”, que lo colocan, después de Jesús y María, como el santo más encumbrado, ya que es el Patrono de la Iglesia universal.

Sin embargo, aunque fue un santo “de gran talla”, estoy seguro que la figura y misión de San José, son muy poco conocidas y apreciadas por los católicos de estos tiempos.

 

Veamos algunas de sus virtudes:

 

SILENCIO. Teniendo de parte de Dios una encomienda tan delicada e importante como lo era el cuidarle sus dos grandes tesoros (María y Jesús), José no cae en el protagonismo, no alardea ni es "farol" como muchos de nosotros que nos gusta llamar la atención para que nos vean y nos tomen en cuenta. Al contrario, José es callado: los evangelistas no ponen ni una palabra en su boca. José es un hombre de silencio; refleja una personalidad recogida, no es extrovertido ni superficial como tantos hombres y mujeres de hoy.

St Joseph: Model Husband and Father

I remember once being amused to hear that a certain Franciscan Theologian from the 19th Century (whose name I cannot remember) wrote a six volume “Life of St. Joseph.” Six volumes?! How could one possibly get enough material? We know so little of Joseph from the Scriptures. He seems to have been the strong, silent type. Not a word of his is recorded. But his actions have much to say, especially to men. On this feast of the Holy Family we do well to ponder him as a model for manhood, for husbands and fathers.

1. A man who obeys God and clings to his wife

We saw last Sunday the Gospel that Joseph was betrothed to Mary. This is more than being engaged. It means they were actually married. It was the practice at that time for a couple to marry rather young. Once betrothed they usually lived an additional year in their parents’ household as they became more acquainted and prepared for life together. Now at a certain point it was discovered that Mary was pregnant, though not by Joseph. Now the Law said that if a man discovered that a woman to whom he was betrothed was not a virgin, he should divorce her and not “sully” his home. Joseph as a follower of the Law, was prepared to follow its requirements.

However, he did not wish to expose Mary to the full force of the law which permitted the stoning of such women. He would thus remained quiet as to his reason for the divorce and Mary would escape possible stoning. To fail to divorce Mary would expose Joseph to cultural ramifications. Just men just didn’t marry women guilty of fornication or adultery. To ignore this might have harmed not only Joseph’s standing in the community but also that of his family of origin. But you know the rest of the story. Joseph is told in a dream not to fear and that Mary has committed no sin. Matthew records: When Joseph awoke, he did what the angel of the Lord had commanded him and took Mary home as his wife. (Matt 1:24).

Now a man obeys God even if it not popular, even if he may suffer for it. Joseph is told to cling to his wife. He may suffer for it but he, as a man, “obeys God rather than men.” It takes a strong man to do this especially when we consider the culture in which Joseph lived, and in a small town, no less. Joseph models strong manhood and has something to say to the men of our day. In the current wedding vows a man agrees to cling to his wife, for better or worse, richer or poorer, in sickness or health. This is what a man is to do. Our culture often pressures men to bail out when there is trouble Joseph shows the way by obeying God over the pressures of prevailing culture, even if he will personally suffer for it.

St. Joseph Foster Father of Jesus

 

It is remarkable, how little the Holy Spirit says about famous people in the Bible. The classic example of this is Saint Joseph. He is the most prominent saint in the Catholic liturgy after the Blessed Virgin Mary. Yet there is not a single word in the Scriptures quoting Saint Joseph.

Our plan here is to identify just five qualities of Saint Joseph. Each quality will be briefly described and then applied to ourselves. Of the twenty five invocations in the Litany of Saint Joseph, the ones on which we shall concentrate really cover all we know about the spouse of the Mother of God. Each invocation deserves a volume of commentary.


The Humility of Saint Joseph

Humility, as we know, is the truth. It is the virtue that enables us to recognize and act on the recognition of our true relationship to God first, and to other persons.

By this standard, Saint Joseph was a very humble man. He recognized his place with respect to Mary and Jesus. He knew that he was inferior to both of them in the order of grace. Yet he accepted his role as spouse of Mary and guardian of the Son of God.

The lesson for us is that genuine humility prevents us from claiming to be better or more than we really are. At the same time, we are not to underestimate ourselves either. A humble person does not consider himself more than he is but also not less than he is.

If we are truly humble, we do not pretend to be more than we really are, which is pride. But we also do not deny what we are, or claim to be less, which is false humility.

Humility is the moral virtue that keeps a person from reaching beyond himself. It is the virtue that restrains the unruly desire for personal greatness and leads people to an orderly love of themselves based on a true appreciation of their position with respect to God and their neighbors. Religious humility recognizes one’s total dependence on God. Moral humility recognizes one’s creaturely equality with other human beings. Yet humility is not only opposed to pride. It is also opposed to immoderate self-abjection, which would fail to recognize God’s gifts and use them according to the will of God.

Oraciones a San José

Oración a San José

San José, casto esposo de la Virgen María: intercede para obtenerme el don de la pureza.

Tú, que a pesar de tantas incertidumbres supiste aceptar dócilmente el Plan de Dios tan pronto supiste de él, ayúdame a tener esa misma actitud para responder siempre y en todo lugar, a lo que el Señor me pida.

Varón prudente que no te apegas a las seguridades humanas, sino que siempre estuviste abierto a responder a lo inesperado, obtenme el auxilio del Divino Espíritu para que viva yo también en prudente desasimiento de las seguridades terrenales.

Modelo de celo, de trabajo constante, de fidelidad silenciosa, de paternal solicitud, obtenme esas bendiciones, para que pueda crecer cada día más en ellas y así asemejarme día a día al modelo de la plena humanidad: el Señor Jesús.

Dos amigos: Santa Teresa y San José

 

 

Hace ya algún tiempo que empecé a leer sobre esta gran santa, quien a través de sus escritos me ha enseñado muchas cosas, además de hacerme disfrutar por lo ameno de su forma de escribir. Algo que me llamó la atención desde un principio fue su grande devoción a san José.

Todos en nuestra vida, desde que somos chiquitos y nacemos en el seno de una familia católica, hemos escuchado hablar sobre san José, el papá de Jesús, aunque luego, cuando crecemos, lo olvidamos mucho, un olvido que es triste; pero quien tenga la oportunidad de leer a santa Teresa, además de recuperar el cariño por san José, verá cómo es que ella promueve, con particular elocuencia, su devoción.

La devoción teresiana a san José inició cuando ella tenía 27 años de edad, cuando se encontraba postrada en la cama porque no podía andar, al grado de que a veces se arrastraba por el suelo porque estaba sumamente enferma. Esto le ocurrió cuando vivía en el monasterio de la Encarnación, del que tuvo que salir, abandonando la clausura, para ser curada. Se recurrió a todos los medios posibles en aquella sociedad. Cuando llegó a Ávila, había avanzado a tal extremo su gravedad que se le dio por muerta. Fue en esas circunstancias en las que ella recurrió a san José, y gracias a él su vida fue volviendo a la normalidad poco a poco. Desde ese momento su devoción a san José y su familiaridad con él, marcaron su vida.

La Iglesia venera a San José

San José es el mayor santo del Cielo después de la Madre de Dios. Así lo han enseñado, a lo largo de los siglos, los Padres de la Iglesia y el Magisterio. San José es mayor en bienaventuranza y gracia que los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, y cualesquiera otros santos del Cielo.

El Papa León XIII, en la encíclica Quamquam pluries, del 15 de agosto de 1899, en la que proclamó el patrocinio de San José sobre la Iglesia universal, enseña que “Ciertamente la dignidad de la Madre de Dios es tan elevada que no se puede crear nada superior. Sin embargo, como San José estuvo unido a la Santísima Virgen por el vínculo conyugal, no cabe la menor duda de que se aproximó más que persona alguna a la dignidad por la que la Madre de Dios sobrepasa de tal manera a las restantes naturalezas creadas. En efecto, la unión conyugal es la mayor de todas, pues por su naturaleza misma se acompaña de la comunicación recíproca de los bienes de los dos esposos. Si Dios dio a la Virgen por esposo a San José, no sólo se lo dio, ciertamente, como sostén de la vida, sino que también lo hizo participar, por el vínculo matrimonial, en la eminente santidad y dignidad que ella había recibido”.

 

St. Joseph, Protector (Poem)

Protector of the Church world-wide,
Christ's holy Spouse, His mystic Bride,
That issued from His pierced side.

Protector of the Mother-Maid,
To whom thy holy vows were paid,
Within whose arms was Jesus laid.

Protector of the Child Divine
Oh, with what radiance they shine,
That glory and that joy of thine!

Be thou, St. Joseph, by our side
When perils in our lives betide,
Protector, guardian, loving guide!

Take us, dear Saint, beneath thy care;
Make us thy wondrous virtues share;
Teach us thy hidden life of prayer.

Nota: Ver y Creer agradece a Ana María Salvador López la bondad que ha tenido al hacernos llegar este poema.

La Buena Muerte

 

En el interior de la iglesia de San Jacinto, en San Ángel, en la ciudad de México, sobre el muro izquierdo de la nave, a la altura del crucero central, está colocada una pintura, óleo sobre tela, que muestra el llamado “Tránsito” o muerte de San José. El artista lo presenta agonizante, recostado sobre el lecho, y junto a él, uno a cada lado, le acompañan Jesús y María. La escena la complementan varios ángeles, arcángeles y querubines que llenan los espacios de la habitación. El rostro de San José muestra una elegante tranquilidad ante la inminencia de su muerte, la satisfacción que proporciona la vivencia de una vida justa y buena, y la paz que le allega la particular compañía de su hijo adoptivo y de su esposa, quienes juntos se transforman en la fuerza que necesita José para vivir el último acto de la vida, que es morir.

San José es el Santo Patrono de una Buena Muerte, y con razón lo es, pues ya quisiera, cualquiera de los que en Cristo creemos, dejar este mundo como lo dejó el carpintero José, el esposo justo y fiel, custodio del Redentor, el que con su trabajo lo crió, quien con sus consejos lo educó, aquel que le inspiró llamar al Padre Eterno, al Creador del Universo, tal y como lo llamaba a él cuando le decía “Abbá”, mi muy querido Papá, en la humilde casa de Nazarét.

San José, el hombre justo

 

La memoria de los hombres es muy corta, pues a la vuelta de unos años, olvida a casi todos los que partieron antes y a muchos que se encuentran alejados en el tiempo o en el espacio.

¡Cuánta sabiduría acumuló y compartió Sócrates, para que se le recuerde como uno de los grandes filósofos de la humanidad!

¡Cuántas guerras tuvo que pelear exitosamente Alejandro Magno, para que aparezca en unas páginas de la historia universal!

¿Y qué hizo José de Nazaret para que millones de hombres y mujeres en el mundo mantengan tan vivo su recuerdo?

No nos ha quedado ni una sola palabra suya. No conocemos ni su nacimiento ni su muerte. Apenas aparece, envuelto en discreción, en algunas pocas páginas del evangelio. Su paso es tan fugaz, que casi podríamos describirlo como tímido y deseoso de esconderse detrás de los que de veras cuentan.

Conocemos a José de Nazaret ante todo porque en esta tierra él fue el padre de Jesús. Su nombre es mencionado en los relatos de la infancia de Jesús, y también años después cuando éste es reconocido como “el hijo de José, el carpintero”.

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