Viernes, 19 Abril 2024

San José

La Buena Muerte

 

En el interior de la iglesia de San Jacinto, en San Ángel, en la ciudad de México, sobre el muro izquierdo de la nave, a la altura del crucero central, está colocada una pintura, óleo sobre tela, que muestra el llamado “Tránsito” o muerte de San José. El artista lo presenta agonizante, recostado sobre el lecho, y junto a él, uno a cada lado, le acompañan Jesús y María. La escena la complementan varios ángeles, arcángeles y querubines que llenan los espacios de la habitación. El rostro de San José muestra una elegante tranquilidad ante la inminencia de su muerte, la satisfacción que proporciona la vivencia de una vida justa y buena, y la paz que le allega la particular compañía de su hijo adoptivo y de su esposa, quienes juntos se transforman en la fuerza que necesita José para vivir el último acto de la vida, que es morir.

San José es el Santo Patrono de una Buena Muerte, y con razón lo es, pues ya quisiera, cualquiera de los que en Cristo creemos, dejar este mundo como lo dejó el carpintero José, el esposo justo y fiel, custodio del Redentor, el que con su trabajo lo crió, quien con sus consejos lo educó, aquel que le inspiró llamar al Padre Eterno, al Creador del Universo, tal y como lo llamaba a él cuando le decía “Abbá”, mi muy querido Papá, en la humilde casa de Nazarét.

No son menos de mil las ocasiones en que he visto “el Tránsito de San José” que está ahí en la iglesia de San Jacinto. De ellas, son muchas las que lo he contemplado mientras me recreo en el texto del Evangelio apócrifo de nombre “José el Carpintero”, que se cree fue escrito hacia el año IV, un texto del que se conservan dos versiones, una escrita en copto y la otra en árabe, y que narra precisamente el momento que retrata el cuadro al óleo, cuando Jesús, acercándose a José, le dice lo siguiente:

“La fetidez de la muerte no tendrá ningún poder sobre ti, ni ningún olor cadavérico ni ningún gusano saldrá de ti. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un solo cabello de tu cabeza caerá. Ninguna parte de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino que permanecerá intacta hasta los mil años. A todo hombre que cuide de hacerte sus ofrendas el día de tu aniversario, yo le bendeciré y le retribuiré en la congregación de los primogénitos. Y al que haya dado alimento a los indigentes, a los pobres, a las viudas y a los huérfanos y les haya distribuido del fruto de su trabajo el día que se celebre tu memoria, te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Y a todo el que haya tenido cuidado de hacer sus ofrendas el día de tu conmemoración, yo le daré el treinta, el sesenta y el ciento por uno. Y el que escriba tu historia, tus obras y tu partida de este mundo y las palabras salidas de mi boca, lo confiaré a tu custodia por todo el tiempo que permanezca en esta vida. Y cuando su alma abandone su cuerpo y tenga que dejar este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo atormentaré con ningún suplicio el día del juicio; y haré que atraviese sin dolor ni quebrantos el mar de fuego; todo lo contrario de lo que le ocurrirá a todo hombre duro y codicioso que no cumpla lo que está prescrito. Y aquel al que le nazca un hijo, y le ponga el nombre de José, yo haré que en su casa no entre el hambre ni la peste”.

Otros mueren en medio de la desesperanza, rodeados por la angustia de la incertidumbre en lo que les espera al otro lado de la vida. No conocen a San José, no saben confiar en tener una buena muerte.

La Iglesia ha establecido la conmemoración de los fieles difuntos el 2 de noviembre de cada año. Es el día de todos los bautizados, de los creyentes que han muerto pero que ya no morirán. Algunos pudieron gustar de una buena muerte como San José, otros no, pero a todos los ha esperado el Padre Eterno a la puerta de la Gloria celestial, revestido de infinita misericordia y bañado de amoroso perdón, para recibirles con un abrazo mientras al oído les dice “Bienvenido a casa, mi hijo amado, llevo tiempo esperando tu regreso”. Luego ha mirado hacia adentro del Reino de los cielos y a todos ha dicho: “¡Hagamos una fiesta, porque mi hijo ha regresado!”