Sábado, 27 Julio 2024

Editoriales

¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

No les fue suficiente a las autoridades judaicas arrancarle al pretor Poncio Pilato la condena de crucifixión para Jesús, y una vez que lograron concretar su horrible propósito, lo exhibieron a la muchedumbre burlándose de su condición: “Y los que pasaban por allí lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También lo injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mc 15,29-32).

Era la hora tercia cuando lo crucificaron

Era la hora tercia cuando lo crucificaron

Terminada la dolorosa travesía por la vía Crucis, llegó Jesús al valle del Gólgota, dondele daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El rey de los judíos». Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,23-27).

El Cireneo

El Cireneo

Después de que los verdugos se ensañaron contra Jesús haciéndolo objeto de su escarnio y gozándose al abofetearlo y al coronarlo con espinas, lo sacaron del pretorio para conducirlo hacia el valle del Gógota, recorriendo pesada y dolorosamente la via Crucis, “y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Lo conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario” (Mc 15,21-22).

Coronación de espinas

Coronación de espinas

Terminado el injusto juicio protagonizado por Poncio Pilato, su injusto juez, a Jesús “los soldados lo llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Lo visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarlo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y lo golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacan fuera para crucificarlo” (Mc 15,16-20).

El injusto juicio de Pilato

El injusto juicio de Pilato

Las autoridades judaicas, para librarse de toda responsabilidad, involucraron a Roma para provocar una sentencia con ejecución romana. “Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato” (Mc 15,1)

Las tres negaciones de Pedro

Las tres negaciones de Pedro

Fue durante el injusto juicio del Señor ante el Sanedrín y ante Caifás, sumo sacerdote, cuando Pedro se arredró y negó conocer a Jesús así como formar parte del grupo de sus apóstoles y discípulos: “Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret». Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Lo vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos». Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo». Pero él se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien hablan!». “Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar” (Mc 14,66-72).

El juicio en el Sanedrin

El juicio en el Sanedrin

Luego de ser aprehendido en el huerto de los Olivos, “llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra él este falso testimonio: «Nosotros lo oímos decir: Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres». Y tampoco en este caso coincidía su testimonio” (Mc 14,53-59).

La aprehensión de Jesús

La aprehensión de Jesús

Tras la intensa oración en el huerto de Getsemaní, habiendo aceptado su inmolación para la redención del género humano, Jesús había indicado a sus apóstoles el momento de su entrega, y “todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que lo iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, préndanlo y llévenlo con cautela». Nada más llegar, se acerca a él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso” (Mc 14,43-45).

La agonía en Getsemaní

La agonía en Getsemaní

Luego de que Jesús profetizara a Pedro que lo habría de negar en tres ocasiones, “van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Siéntense aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. (Mc 14,32-35).

Predicción de las negaciones de Pedro

Predicción de las negaciones de Pedro

Tras la institucion de la Eucaristía en la Última Cena con sus apóstoles, como parte final de la cena de Pascua, “cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos” (Mc 14,26).

Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre

Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre

Dios alimentó a su pueblo en el desierto tras la liberación de Egipto; lo alimentó con codornices que cubrieron el campamento y con pan que llovió del cielo. “Israel llamó a aquel alimento maná. Era blanco, como semilla de cilantro, y con sabor a torta de miel” (Ex 16,31); “los israelitas comieron el maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada” (Ex 16,35). Dios alimentó a su pueblo para que viviera. El Señor alimentó a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces (cfr. Mc 6,30-44) porque él quiso que el hombre tuviera vida. Ambos relatos bíblicos llegaron a su plenitud en la última cena de Jesús con sus apóstoles, en el alimento nuevo con el que nos alimenta con su propia vida, la vida de Dios. Es el alimento epiusion (del griego epi, sobre; y usion, natural) el alimento sobrenatural; el alimento del Espíritu para el espíritu. Así lo había dicho Jesús al enseñar a sus discípulos a orar: Nuestro pan cotidiano dánosle hoy (Mt 6,11), es decir, danos el pan espiritual.

Uno de ustedes me entregará

Uno de ustedes me entregará

Fue durante la última Cena cuando Jesús anunció a los apóstoles la traición de Judas: “El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «vayan a la ciudad; les saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; síganlo y allí donde entre, digan al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’. Él les enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; hagan allí los preparativos para nosotros». Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua” (Mc 14,12-16).

La traición de Judas

La traición de Judas

Una amable mujer, hermana de Lázaro, había dado a Jesús una muestra de amor al derramar sobre su cabeza un frasco de perfume puro de nardo,  un gesto que para Judas fue una nota discordante en su propia melodía, y él quiso cantar su canción. “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo lo entregaría en momento oportuno” (Mc 14,10-11).