Sábado, 20 Abril 2024

Editoriales

Las intenciones malas salen del corazón

Las intenciones malas salen del corazón

Después de confirmar la obligación que tienen los hijos de honrar y sostener a sus padres, consignada en el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, Jesús enseñó de dónde proceden lo sentimientos que originan la maldad: “Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oigan todos y entiendan. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarlo; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga». Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: «¿Conque también ustedes están sin inteligencia?»” (Mc 7,14-18).

Honrarás a tus padres

Honrarás a tus padres

Luego de que algunos fariseos confrontaron a Jesús para reclamarle que sus discípulos comían con manos impuras, el Señor les hizo ver que aquel pueblo en vano le rendía culto: “Les decía también: «¡Qué bien violan el mandamiento de Dios, para conservar su tradición! Porque Moisés dijo: 'Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte'. Pero ustedes dicen: Si uno dice a su padre o a su madre: 'Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán, es decir, ofrenda, ya no le dejan hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la palabra de Dios por la tradición que se han transmitido; y hacen muchas cosas semejantes a estas»” (Mc 7, 9-13).

En vano me rinden culto

En vano me rinden culto

Los fariseos, la secta judaica fundamentalista que observaba de manera escrupulosa toda prescripción y ritual emanado de las tradiciones de los antiguos, fincaba su religiosidad en la observancia de las normas, pero estableciendo preceptos extremistas acusando de pecador impuro a todo aquel que no se sometiese a sus disciplinas, convirtiendo así el amor al prójimo en el desprecio de los demás, en tanto que Jesús enseñó que una manera de expresar el amor a Dios es amar a los demás.

Jesús camina sobre las aguas

Jesús camina sobre las aguas

Jesús obró el milagro de los panes para unos cinco mil hombres en compañía de sus apóstoles. “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra. Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarlos de largo. Pero ellos viéndolo caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos lo habían visto y estaban turbados. Pero él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Animo!, que soy yo, no teman». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos. Pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Mc 6,46-52).

Multiplicación de panes y peces

Multiplicación de panes y peces

Luego de haber enviado a los Doce a predicar la conversión en Galilea, “se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero los vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,30-34).

La muerte del Bautista

La muerte del Bautista

Dos fueron las causales que engendraron la muerte del Bautista: el odio de una mujer adúltera que se había hecho consorte del rey Herodes; y la persuasión que, como profeta, Juan ejercía en el pueblo, desafiando las maniobras del monarca. “Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías lo aborrecía y quería matarlo, pero no podía. Pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y lo protegía; y al oírlo, quedaba muy perplejo, y lo escuchaba con gusto” (Mc 6,17-20).

El envío de los Doce

El envío de los Doce

Luego de haber vuelto a Nazaret, sorprendido por la falta de fe de los nazarenos, Jesús vio que ya era momento de que los apóstoles se sumaran a su predicación: “Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomaran para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja. Sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no los recibe y no los escuchan, márchense de allí sacudiendo el polvo de la planta de sus pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran. Expulsaban a muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc 6,7-13).

Nadie es profeta en su tierra

Nadie es profeta en su tierra

Luego de haber recorrido aldeas y pueblos de Galilea, Jesús regresó a Nazaret, a la casa paterna en la que creció. Deseoso de encontrarse con su madre, el reencuentro lo marcó un largo abrazo silencioso. Las almas no hablaron, los cuerpos se abrazaron, y luego navegaron por la mar de las palabras, y ella le dijo que no sentía soledad, que el Altísimo la acompañaba, y él asintió con una amable sonrisa. Se miraban a los ojos, los de él eran como los de ella; se sonreían mutuamente, la sonrisa de Jesús era igual que la de María. Recordaron a José, el carpintero fuerte que tanto los amó, y a sus ojos se asomaron unas lágrimas de añoranza y gratitud. Pasaron algunos días hasta que llegó el sábado. Juntos fueron a la sinagoga, tal como lo hacían en compañía de José, cuando Jesús era niño y María, una madre joven.

Hija, tu fe te ha salvado

Hija, tu fe te ha salvado

Mientras Jesús caminaba hacia la casa de Jairo, el jefe de una sinagoga, para salvar a su hija agonizante, se encontró con una persona que quiso robarle un milagro: “Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal” (Mc 5,25-29).

Talitá kum

Talitá kum

Luego de liberar a un hombre, en Gerasa, de una opresión demoniaca, “Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, cae a sus pies. Y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Lo seguía un gran gentío que lo oprimía” (Mc 5,21-24).

Exorcismo en Gerasa

Exorcismo en Gerasa

Luego de apaciguar la tempestad del mar de Galilea, Jesús llegó a territorio pagano, donde liberó a un hombre atormentado por una posesión satánica: “Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerlo atado ni siquiera con cadenas. Pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él. Y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos»” (Mc 5,1-9).

La tempestad calmada

La tempestad calmada

Hacia el crepúsculo del día de las parábolas, Jesús quiso dirigirse a territorio pagano, al otro lado del mar de Galilea, pero en la travesía las fuerzas del mal descargaron su rabia por la presencia de Dios en el mundo. Le acompañaban pescadores que bien conocían las vicisitudes que el mar encierra en esas tormentas que embravecen las aguas con una fuerza tal que hunde embarcaciones. Su temor no era infundado, calcularon ese poder y vieron que podrían morir: “Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y lo llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Lo despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!». El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?»” (Mc 4,35-41).

El reino de Dios es como una semilla

El reino de Dios es como una semilla

¿Con qué parábola comparar el reino de Dios, a fin de que fuese fácilmente comprensible por quienes escuchaban predicar a Jesús? Como muchos de ellos eran agricultores, les presentó una imagen tan natural como lo que ocurre en una semilla: “El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra. Duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4,26-29).