Luego de que Jesús les dijera a sus discípulos, por segunda ocasión, lo que habría de sucederle, queriendo cambiarle el tema Juan le habló de otro asunto: “Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidan, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»” (Mc 9,38-40).
El Señor no dejó pasar esta oportunidad de catequizar a sus apóstoles, sabedor de que en un futuro no lejano tendría que volver a hablarles de lo que le ocurriría, aunque ellos, al igual que en el primer anuncio de su Pasión y Muerte, mantuvieran una actitud de desinterés.
Juan y sus compañeros confiaban en que Jesús estaría de acuerdo con ellos, pero no fue así porque los alertó acerca de las actitudes que pueden provocar los celos y la envidia, y les enseñó que antes de pretender impedir cualquier acción que procure hacer el bien conviene detenerse para atender a lo que ha inspirado hacer esa buena acción.
Este texto evangélico ha dado fundamento al diálogo ecuménico y al diálogo interreligioso; el primero, entre cristianos, el segundo, entre creyentes de otros credos. Dios es uno y no hay otro que no sea Él. Se le conoce con diversos nombres y se le celebra bajo diferentes ritos en los que Él es el mismo y único Dios. En esto se centra el diálogo interreligioso, del que es partícipe la Sede Apostólica a través de cinco organismos vaticanos: el Dicasterio para las Iglesias Orientales, el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo y la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Musulmanes.
La Jornada Mundial de Oración por la Paz, instaurada por el papa santo Juan Pablo II el 27 de octubre de 1986, que congrega a representantes de las confesiones cristianas y principales religiones del mundo, también da cuenta de que la Iglesia responde así a la respuesta del Señor, cuando les dijo a los apóstoles: el que no está contra nosotros, está por nosotros. Sin embargo, no son pocos los creyentes que, aún actuando de buena voluntad, no benefician el diálogo ecuménico entre cristianos ni el diálogo con creyentes de otras confesiones cuando, con actitudes fundamentalistas, desdeñan con arrogancia al que no viene con nosotros y luego, en lo que amar a Dios se refiere, tratan de impedírselo, porque no viene con nosotros.
La Iglesia ha sido víctima de persecuciones religiosas a lo largo de su historia, y la sangre de los mártires se ha derramado en testimonio de fidelidad a Cristo y a Evangelio, aunque también hemos sido victimarios en momentos históricos e intolerantes cotidianamente con quienes no profesan la fe de la Iglesia. Esos intransigentes no conocen este texto evangélico e ignoran que la fuerza de la fe no se mide por la exclusión del que es diferente, sino por la generosidad que permite compartir el amor a Dios, aunque con otro nombre.
Todas las religiones tienen por fundamento el encuentro con Dios. He podido conversar con devotos de otras religiones y con cristianos de otras iglesias y no he encontrado en ellos actitudes de odio ni de desprecio, y he podido constatar que siempre es una mejor persona que cree en Dios que la que no cree, pues tiene, al menos, que ceñirse a un código moral que le establece su religiosidad y que le compromete con Dios.
Por principio, las religiones buscan el bien, y sus ministros lo saben y procuran, pero son los adeptos o creyentes, algunos, los que ignoran ese principio, y es en donde germina la intolerancia y la persecución religiosa, las divisiones en las familias, las guerras en el nombre de Dios y variados conflictos de temperamento religioso que parecen disputarse el amor de Dios.
En las palabras de Jesús, el que no está contra nosotros, está por nosotros, encontramos la enseñanza formal de armonizar con quienes no son uno de los nuestros. Enemistarse con ellos no lleva a bien alguno. Sin embargo, hay indisposiciones hacia los ajenos, como también hay separaciones que llevan a escisiones incluso dentro de la misma Iglesia. Esas discordias no son divinas, son humanas. Compartir la experiencia de Dios, en cambio, nos hace reconocer que Dios es el amor y que esa es nuestra esencia.