Sábado, 02 Noviembre 2024

Editoriales

Coronación de espinas

Coronación de espinas

Terminado el injusto juicio protagonizado por Poncio Pilato, su injusto juez, a Jesús “los soldados lo llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Lo visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarlo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y lo golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacan fuera para crucificarlo” (Mc 15,16-20).

No convocaron a la guardia del pretorio, sino a toda la cohorte (una unidad romana integrada por unos ochenta mílites), la soldadesca romana que odiaba a los judíos y todo lo concerniente a ellos, y que, al enterarse de que tenían entre sus manos a su rey, al rey de todos, esas manos se convirtieron en garras, la sangre hirvió en ellos, y vieron en él la ocasión de desquitarse por encontrarse en tierras lejanas y adversas a pesar de recibir su sueldo en oro.

Al enterarse de que su prisionero era el rey de los judíos, se mofaron de tal realeza vistiéndolo como un monarca al cubrir su espalda con una clámide roja que uno de los soldados ofreció para ello y luego pusieron en sus manos una caña a manera de cetro, pero faltaba la corona para el rey, que luego de trenzarla con ramas de espino la hundieron en su cabeza y las burlas se convirtieron en tortura cuando, con la caña que le pusieron a manera de cetro, lo golpeaban en la cabeza para encajar las espinas que hacían brotar la sangre hasta que la corona quedó grabada en su frente como un tejido de llagas.

Satisfacían su odio en el escarnio que de Jesús hacían sin conocer el misterio que estaban representando, pues, como afirma san Cirilo de Jerusalén en su homilía sobre el paráclito,  “Cuando le «vistieron la púrpura», para burlarse de Él, cumplieron lo profetizado: era Rey. Y aunque lo hicieron para reírse de Él, consiguieron que se adaptase a Él el símbolo de la dignidad regia. Y aunque le perforaron con una corona de espinas, sin embargo fue una corona, y coronado por unos soldados; también los reyes son proclamados por los soldados”.

Aquella corona fue tejida con ramas del arbusto Zizyphus, del que brotan flores llamadas azufaifa y espinas de seis centímetros de largo. Durante las burlas, que pronto se convirtieron en cruel tortura, uno de los verdugos soltó un manotazo con su guante sobre la Corona y la oprimió con fuerza para que ninguna espina quedara sin clavarse. La sangre cubrió profusamente el rostro del Señor, inundó sus ojos y su vista quedó tan nublada que todo lo miraba del color de su sangre.

Para ellos, Jesús ya no tenía ningún derecho, y pensaron que eso les permitiría descargar en él todo el rencor y el odio que se convirtió en un impulso irracional haciendo que al dolor de las espinas se sumara la humillación expresada en bofetadas y escupitajos. Uno a uno desfiló ante Él, doblando la rodilla en señal de reverencia, tal como era el saludo debido al emperador, pero ellos, venidos de pueblos orientales, aunque formasen parte del ejército romano, inventaron su personal modo de saludo ceremonial al monarca vociferando con grotescas risotadas «¡Salve, rey de los judíos!» y acercándose cada uno a Jesús, como para besarle, pero en lugar de un beso le arrojaban un escupitajo. Innumerables hilos de sangre corrían por su rostro al hundirse las espinas por entre sus cabellos. Contrastaba la barbarie con la mansedumbre solemne de Jesús, que veía con compasión a sus verdugos, sin odio en su mirada, sin rencores en su corazón; y esa mirada de nobleza nos hace apreciar que el contraste permanente de la bondad suprema siempre hará que nos resulte insoportable la maldad humana.

¿Cómo puede ser posible que el agredido sienta piedad por su agresor, o que una víctima tenga misericordia por su verdugo? Jesús así lo hizo, y así nos confirmó que en el Cielo la vida es eternamente joven y el tiempo es siempre aurora porque allí, donde no hay tiempo, no hay envidias ni odios, y nadie es víctima porque en el Paraíso no hay verdugos.

Nunca antes el escarnio había sido derrotado en una batalla que le era desconocida, tal como ocurrió aquel viernes por la mañana cuando la dignidad se dejó hacer cuanto quiso hacerle la burla, porque aquel día la dignidad derrotó al escarnio, y con él fueron vencidas la burla y la ironía.