Viernes, 19 Abril 2024

Editoriales

Talitá kum

Talitá kum

Luego de liberar a un hombre, en Gerasa, de una opresión demoniaca, “Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, cae a sus pies. Y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Lo seguía un gran gentío que lo oprimía” (Mc 5,21-24).

Jairo se postró descorazonado por el dolor de perder a su hija sin que él pudiese impedirlo, y le confió su vida al Señor. No le pidió que la curara, pues reconocía su divinidad, sino que le presentó tres ruegos: que impusiera sus manos sobre su hija, que la salvara y que le concediese vivir. La imposición de manos es el gesto litúrgico más antiguo para implorar un milagro, la solicitud de salvación se refiere al alma, la petición de vivir se dirige al Creador de la vida.

Jesús se fue con él a la casa donde la niña yacía agonizante, cuando le salió al encuentro una mujer que padecía un flujo de sangre desde hacía doce años, y luego de que el Señor le concedió el milagro de su curación y de su sanación, “mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe»” (Mc 5,35-36).

La muerte, que no tiene solución para el hombre, para Cristo es un sueño recóndito en el que se cae antes de regresar a Dios. No temas, le indicó a Jairo, y le anticipó la solución a la fatalidad de la muerte: solamente ten fe.

Jesús vio que la fe de Jairo superaba su tragedia: “Y no permitió que nadie lo acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotan y lloran? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer” (Mc 5,37-43).

En la casa ya habían comenzado los rituales funerarios y todo era desconsuelo; familiares y vecinos acompañaban el dolor de los padres de la niña. Y Jesús, que quiso darles esperanza, les hizo saber que la niña no había muerto, que sólo dormía, y dijo la verdad, pues para él, que podía resucitarla, estaba dormida, como si dijera: –La niña que ha muerto para ustedes vive para mí; para ustedes está muerta, para mí duerme, y el que duerme puede ser despertado. Pero se burlaron de él porque veían que la niña estaba muerta.

Él se acercó a la pequeña y tomando su mano le ordenó en dialecto arameo que se levantara de la muerte. El alma de ella, obediente a su Creador, regresó a inhabitar ese cuerpo inanimado para que volviese a tener vida. Luego Jesús, con un leve e inadvertido gesto, sopló sobre ella su aliento de vida y su Espíritu la levantó. Sí, la Vida había hablado a la muerte.

La niña se levantó y se puso a andar llena de vida, con su rostro ataviado de ojos radiantes, y se convirtió en signo palpable del desengaño de la muerte. Jesús ordenó que le diesen de comer porque comer es característica de los que viven en esta vida presente, y así demostró la resurrección de la carne a quienes no habían creído.

El Señor, que se complace con la vida, invitó a los padres de la niña a participar de la alegría de vivir para que ellos también, al darle de comer, le diesen vida a su hija; y al jefe de la sinagoga le hizo saber que así como su hija, el pueblo de Dios era también incumbencia suya para restaurarlo en su fe.