Jueves, 25 Abril 2024

Editoriales

Exorcismo en Gerasa

Exorcismo en Gerasa

Luego de apaciguar la tempestad del mar de Galilea, Jesús llegó a territorio pagano, donde liberó a un hombre atormentado por una posesión satánica: “Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerlo atado ni siquiera con cadenas. Pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él. Y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos»” (Mc 5,1-9).

Doblegado por el demonio, ese hombre no estaba mal, él ya era el mal, y arrastrándose entre sombras andaba unas veces en la oscuridad, otras en la luz; a veces entre el mal, a veces entre el bien, siendo intérprete del misterio de iniquidad. Gritaba y se lesionaba a sí mismo porque el demonio, que busca hacer sufrir, en la posesión lo hace ferozmente.

Jesús ordenó a los demonios agarrados a su cuerpo que salieran de él. Pero el diablo, rebelde y rabioso, vociferando por boca de su víctima increpó a Jesús, y con tal de engañar se atrevió a conjurarlo en nombre de Dios. No son dos fuerzas iguales las que luchan, pues Dios es el Creador, el demonio es creatura, y Dios tiene la última palabra.

En la identificación del mal, Jesús lo obligó a decir su nombre, lo desenmascaró y tuvo que revelar la posesión múltiple. La Legión romana, fuerza de ocupación extranjera, ejercía dominio sobre la población. El demonio era una fuerza de ocupación a la que no le correspondía estar en aquel hombre.

“Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte. Y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara –unos dos mil– se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar” (Mc 5,10-13). Los demonios no están dispuestos a dejar de corromper al hombre ni a salir de su entorno, aunque sea en unos puercos con tal de mantener su presencia, pero Jesús los expulsó y ahogó en el mar a ese mismo mal que ahogaba al hombre.

“Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos” (Mc 5,14-16).

Al encontrarse con Jesús, los gerasenos se asombraron al verle junto al monstruo que no podían contener y consideraron que era poseedor de un ímpetu espiritual capáz de pacificar a quien les había aterrado, pero aunque también ellos fueron liberados de la presencia del mal, no se percataron del bien recibido. “Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados. (Mc 5,17-20).

El hombre de Gerasa, arrancado de las garras diabólicas, viendo que para los gerasenos él no les era más valioso que unos puercos, no quiso quedarse entre ellos y le pidió a Jesús que lo llevara con él. Pero el Señor, que siempre tiene un mejor plan, vio en él al primer misionero y lo envió a predicar la salvación más allá de las fronteras y de sus sueños, donde encontró que el Señor tenía algo mejor para él: conocer el sentido de su existencia en una vida nueva.