Viernes, 19 Abril 2024

Editoriales

Vino a llamar a pecadores

Vino a llamar a pecadores

Luego de que el Señor acudió a buscar al publicano Leví para que fuese uno de sus apóstoles, como si la Vida le hablara a la muerte, él quiso invitarlo a su casa con los demás discípulos: “Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto, Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Mc 2, 15-17).

Los publicanos, aborrecidos, sólo podían ser amigos de otros pecadores como ellos. Sus casas eran tenidas por impuras y como nidos del mal. Aquel que se atreviese a ingresar era señalado, a su vez, como un impuro con la intimidación de quedar maldito de Dios.

Jesús fue invitado por Leví, el hijo de Alfeo, a su casa, en un fino gesto de reciprocidad y para hacerlo cercano al calor de su amistad. invitó también a sus amigos, muchos publicanos y pecadores. Jesús aceptó la invitación y se hizo acompañar por sus discípulos, los muchos que le seguían, como escribe el evangelista para acentuar que así como hay muchos publicanos y pecadores, así también hay ya muchos seguidores de Jesús. Se juntan dos grupos, ¿uno es perverso? ¿el otro es virtuoso? Ambos se hicieron uno mismo en torno a la mesa. Uno ha de salir victorioso. ¿El bien vencerá al mal o el mal al bien? Es la lucha de siempre. Sin Jesús habría triunfado el mal, por eso él ha venido a buscar a los pecadores, para convertirlos y ganarlos para el bien. Ya rescató a Leví, y ahora viene por otros como él.

¿Para qué quieres que honre tu casa?, parecía preguntar el Hijo de Dios al hijo de Alfeo. Convertir pecadores no es tarea fácil para él porque acepta la libertad humana, y por ello recibió la crítica de escribas y de fariseos que quisieron tomar la oportunidad de censurar su presencia en aquella casa para luego ensuciar su prestigio. Además, estaba comiendo con esos pecadores en un acto que sobrepasó su visita a la casa de Leví, pues los alimentos, que aportan vida, son por consiguiente una dádiva de Dios (de allí la costumbre piadosa de agradecer a Dios los dones recibidos de su bondad, antes de comer). No era aceptable que se compartieran los dones de Dios con los pecadores y publicanos. Les escandalizó la libertad de Jesús y estalló su censura: ¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores? ¡Este Jesús menosprecia la ley de Dios! Pero él les sacudió con su respuesta: No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, una declaración que no excluye a los virtuosos, sino que incluye a los perversos, una de las grandes novedades de su doctrina, pues el Reino de Dios es para todos, de modo que todos son sujetos de perdón para su salvación, tanto más los pecadores, privados, en aquel entonces, de todo perdón.

San Ireneo de Lyon, en sus escritos Contra las herejías, explica: “¿Cómo se restablecerán los que están mal? ¿Cómo harán penitencia los pecadores? Acaso, ¿perseverando en las mismas disposiciones? ¿No es, al contrario, sino aceptando un profundo cambio y vuelta desde su antigua manera de vivir, por la que contrajeron una enfermedad vulgar y llena de pecados? Ahora bien, la ignorancia, madre de todos los males, no desaparece sino con el conocimiento. Y el conocimiento que el Señor producía en sus discípulos es con el que curaba todas las enfermedades y sustraía los pecadores de sus pecados. Lo que les decía no estaba en línea de sus anteriores opiniones, ni les respondía conforme a los prejuicios de sus interrogadores, sino conforme a la doctrina de la salud, sin hipocresía ni acepción de personas”.

En nuestros días todavía es común que algunos buenos observantes de los mandamientos divinos ya se sientan salvados, de manera que no se asumen tan pecadores como los demás, y con esa idea se privan de la auténtica y plena liberación de sus pecados. Juzgar de pecadores a quienes no son como ellos los coloca en la actitud farisaica de condenar al otro, excluyéndose a sí mismos de esta esperanzadora enseñanza de Jesús: No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.