Jueves, 25 Abril 2024

Editoriales

La mentira del demonio

La mentira del demonio

Al demonio, que actuaba impunemente en el mundo, Dios le fijó un límite a través de Cristo-Jesús, quien vino a redimir a la humanidad del pecado y de la muerte y a enfrentar personalmente a Satanás, derrotado por el sacrificio salvífico en la Cruz. Este límite impuesto al mal tiene eficacia para los creyentes que se han adherido al mensaje de Jesucristo en sus vidas, pues el camino de salvación es válido únicamente para quienes transitan por él.

El límite impuesto por Dios al mal verá su culminación definitiva con el retorno de Cristo en su parusía, cuando tras derrotar al Anticristo y expulsar a los demonios del mundo, celebre el juicio a las naciones e implemente su reino de paz. Mientras tanto, el demonio seguirá siendo el adversario de la humanidad.

Jesús dio a conocer que el demonio miente, y reveló que “era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44), razón por la que son muchas las personas que aunque escuchan la verdad no la creen, y es que la astucia de Satanás va más allá de la vulgar mentira, pues es más peligroso cuando dice verdades. De acuerdo con san Ireneo, el subterfugio que utiliza es el mezclar grandes verdades, desvirtuadas o fuera de contexto, para dar credibilidad y promover el engaño. Esta es la manera en la que influye en el pensamiento de la humanidad, desvirtuando las normas que rigen la sociedad, y transformando a la ciencia en cientificismo, la moral en relativismo, la economía en materialismo, y la política en totalitarismo.

La tentación es la principal arma diabólica donde su invisibilidad le permite ser mucho más insidioso y efectivo. El motivo por el que los demonios prefieren la tentación a la posesión es claro: una persona puede ser tentada a actuar mal, y si decide por sí misma caer en la tentación, es completamente culpable y responsable de su decisión. En cambio, cuando alguien está poseso, no es responsable de sus acciones, pues son realizadas por el espíritu que le posee, y por lo tanto no tiene culpa de lo que su cuerpo haga bajo control del maligno. Los demonios pueden poseer los cuerpos, pero no las almas de los pecadores.

Que el demonio tenga un poder absoluto sobre el hombre es una de sus grandes mentiras, pues aunque goce de poderes y ventajas en su guerra a la humanidad, se ve impedido por importantes limitaciones, pues no existe por sí mimo, es creatura, y es usado como instrumento involuntario del plan divino, como expresa san Pablo: “fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que lo alejase de mí. Pero él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” 2 Co 12,7-9).

El demonio no es omnisciente: en su calidad de ángel, es muy sabio, aunque no lo sabe todo ni tiene conocimientos superiores a los de cualquier otro ángel. Su conocimiento de la naturaleza humana y su inteligencia le permiten anticiparse al pensamiento humano y actuar como si lo supiese todo, pero no es más que otro de sus engaños que utiliza para anticipar las debilidades y reacciones de los humanos.

El demonio no es omnipresente: no puede estar en todas partes a un mismo tiempo, pero al ser el jefe de numerosas legiones de demonios, da la impresión de que su poder y presencia están en todas partes.

El demonio no es omnipotente: se le puede combatir, e incluso ahuyentar; pero únicamente mediante el poder divino conferido a los discípulos de Cristo, como expresa san Pablo en su carta a los efesios, en la que hace notar que mediante la espada de la fe y la coraza de los evangelios, puede la creatura humana, tan inferior al adversario, vencerlo y ponerlo en fuga (Cfr 6,10-16).

Los demonios, que jamás han podido librarse del poder de Dios, el error y principal falla de su rebelión, fueron lanzados, unos al abismo y otros a la Tierra, donde ejercen potestad, pero únicamente hasta donde lo permite la voluntad de Dios. Al ser la divinidad realmente omnisciente, omnipotente y omnipresente, el demonio y su rebeldía sólo fungen como un instrumento inconsciente y renuente del plan de Dios, siendo vencido por la fe cristiana, pues es impotente ante el Hijo de Dios, redentor y salvador de la humanidad.