Martes, 16 Abril 2024

San José

Muy grande, muy fuerte, muy silencioso y muy fiel

 

Nos reunimos el 19 de marzo para honrar la figura enorme de José de Nazaret. La Solemnidad de José, esposo de la Virgen María, siempre nos llega en medio de la cuaresma. Y tanto en la liturgia como en nuestras vidas es una fiesta alegre en medio de la austeridad reflexiva de la cuaresma. En muchos lugares de España, de Iberoamérica y del mundo es fiesta patronal. Y millones de cristianos celebran hoy su onomástica. Y también conmemoramos el Día del Padre, lo cual está muy bien. Además, para la mayoría de nosotros pensar en San José es pensar en Navidad, en la Sagrada Familia, en el Portal de Belén, en el Niño Jesús dormido en el pesebre. No es, pues, una fiesta que nos queda lejana o no la entendemos, bien. Aunque, tal vez, la hayamos endulzado demasiado con el azúcar sentimental que llevan las fiestas navideñas, lo cual, en serio, tampoco está mal.

Pero José de Nazaret, o José de Belén –que de ahí era su antepasado glorioso, el rey David--, es un personaje muy grande, muy fuerte, muy silencioso y muy fiel. Y, por supuesto, fundamental para la seguridad y el crecimiento de quien iba a llevar a cabo la Salvación: Nuestro Señor Jesús. Como Abrahán, obedeció siempre a Dios sin preguntar… Sus dificultades o las encrucijadas de su vida fueron muchas y graves. Pasó unos días terribles sabiendo que su joven esposa estaba embarazada y él no era el padre. Cualquiera puede hacerse idea de su gran turbación. Y su comportamiento ante ello –mientras persistía la duda—no pudo ser más hermoso y más de hombre cabal. Por el amor que tenía a María supo esperar, no condenarla así como así… Y recibió la ayuda del Señor.

En el camino hacia Belén, en la dificultad para encontrar un lugar digno para el parto de su mujer y el nacimiento del Niño supo hacer lo que tenía que hacer. Hay muchos expertos que señalan que no fue tanto que se les negara sitio en la posada de Belén, sino que allí no existía ni la suficiente intimidad, ni el más mínimo decoro para un parto. La realidad es que las posadas del Israel de entonces –lo cuenta muy bien Martín Descalzo en su biografía de Jesús—eran simplemente un cercado con altas pareces para evitar ataques, pero que allí, animales y personas de diferentes grupos y familias, estaban todos juntos. En el fondo, la cueva de Belén, refugio de pastores y animales trashumantes, era un lugar más adecuado. Y José tuvo que entender todo eso y buscar y preparar el sitio.

María y José conocían lo extraordinario del Nacimiento que iba a tener lugar. Nacía el Hijo del Altísimo. Y, obviamente, en el preludio, tal vez largo, antes del parto, la soledad de la joven pareja fue manifiesta. La corte de ángeles del cielo, que, razonablemente, debería acompañar como séquito al Hijo de Dios, no terminaba de aparecer. Los ángeles fueron a ver a unos sencillos pastores a quienes les dieron la Buena Nueva… Y, luego, eso sí, aparecieron unos Magos de Oriente, sin duda personajes impresionantes para la visión de gente sencilla, que depositaron regalos a los pies del Niño… Pero cuando todo parecía que iba a entenderse un poco más… un ángel vuelve a hablar con José y le dice que salga rápido y hacia Egipto, porque Herodes quiere matar a su Hijo adoptivo. Emigrar a Egipto con una mujer que acaba de dar a luz y con un Niño recién nacido no es empresa fácil. Y por supuesto los ángeles seguían sin aparecer, a pesar de los relatos de los apócrifos. Después, cuando el regreso del exilio, hubo que buscar acomodo distinto y comenzar de nuevo. Y ganarse la vida como pudo, con la maña que, sin duda, tenía José en sus manos. Pues no todos los expertos “certifican” que fuera carpintero, sino más bien un “arregla-todo, un manitas capaz de poner un tejado o construir una mesa.

Todo lo anterior puede parecer un tanto anecdótico, pero no lo es. José tuvo que trabajar duro y con muchas dificultades para sacar adelante a su familia. Y eso le une hoy con tantos hombres y mujeres que trabajan sin descanso por sus hijos, porque su familia tenga lo que necesita. En fin, nos “tropezamos” con la vida oculta de Jesús, tras la escena –difícil—de la “quedada” en el Templo del Niño Dios asombrando a los doctores de la ley. No se trata de especular más. Pero de esa entrega de José viene la devoción enorme que muchos hermanos nuestros de todas las épocas han tenido por él. Santa Teresa decía con claridad que nada de lo que hubiera pedido por intercesión de San José se le había dejado de conceder… San José es el Patrón de la Iglesia. Y de los seminarios. Y de un buen número de congregaciones religiosas de diferente tipo. Y de muchas parroquias y colegios. Y todas estas cosas le confirman como fundamental para la vida religiosa de todos nosotros.

Meditemos hoy, en medio de la Cuaresma, en la fidelidad, capacidad de trabajo y esperanza en Dios que tenía José. Sus ejemplos nos pueden ser utilísimos. Esperar antes de actuar por una duda respecto a un ser querido. Ser capaces de iniciar un camino difícil y duro como el de Egipto. Ser diligente y eficaz en el trabajo. Sentir el amor profundo que sintió por María, su mujer. Y su dedicación en el mantenimiento de su familia y en el crecimiento feliz de Jesús… Y agradecidos iniciemos la fiesta que la vida nos tiene preparada hoy, una onomástica, un festejar ser padre o ser hijos, la fiesta de nuestra ciudad o nuestro pueblo. José nos va a ayudar en nuestra alegría, seguro. Y mañana, otra vez, en el templo para celebrar el II Domingo de Cuaresma. Y ojalá la presencia amable de José de Nazaret nos acompañe en el camino hacia la Pascua…