Viernes, 19 Abril 2024

Editoriales

Casa de la Virgen María en Éfeso

Casa de la Virgen María en Éfeso

El papa Benedicto XIV (1740-1758) afirmó que “en Éfeso, la Bienaventurada Madre de Dios abandonó esta vida para irse al Cielo”, suceso que ocurrió en la actual localidad de Selçuk, Izmir, Turquía, frente al mar Egeo, a siete kilómetros de la antigua ciudad grecorromana de Éfeso, en la cima del monte Bülbüdag, que ha cambiado su nombre a Aladaj o La Casa de la Virgen. Allí se encuentra una pequeña capilla conocida como Meryem Ana Evi, construida con ladrillos y piedras sobre los vestigios arqueológicos de una antigua casa en la que habitaron la Virgen María y el apóstol san Juan, casa en la que comenzó a escribir su Evangelio, con información proporcionada por la misma Virgen María.

El apóstol san Juan efectivamente vivió en Éfeso, como lo aseveran Ireneo, Policarpo e Hipólito, Policrate, Clemente y Origenes; y es razonablemente comprensible que la Virgen María haya vivido con él, pues el Señor así lo indicó desde la cruz. San Epifanio dejó escrito en Jerusalén, en el año 403, informes de una tradición que aseguraba que la Virgen María y san Juan habían vivido juntos en Asia Menor, así como varios testimonios escritos en Siria, Irak, Turquía, Italia, Francia e Inglaterra que dan fe de la presencia de la Virgen María en Éfeso desde los primeros tiempos de la Iglesia, textos que se ven fortalecidos por la existencia de una basílica de la época constantiniana dedicada a la Virgen María, basílica en la que se celebró en el año 431 el tercer Concilio Ecuménico, que proclamó la maternidad divina de María.

Fue gracias a las revelaciones que Dios le confió a la beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), que se encontraron los vestigios de la Casa de la Virgen María en Éfeso, y aunque a las visiones de Emmerick no se les concede valor histórico, sin nunca haber estado allí personalmente, describió con precisión el sitio de la Casa de la Virgen en la cima de la montaña.

El descubrimiento del sitio donde estuvo la Casa de la Virgen ocurrió en agosto de 1891 luego de que unas religiosas del Hospital Francés de Izmir, tras conocer la descripción que dejó escrita Ana Catalina, la presentaron a los frailes Paúles, Jung y Poulin. El 29 de julio de 1891, el padre Jung emprendió una expedición hacia lo alto de la montaña, en compañía de otro sacerdote y dos laicos. La expedición primero llegó a una llanura en la que trabajaban unas mujeres en una plantación de tabaco, y al preguntarles por agua, pues se les había agotado, les indicaron que más arriba encontrarían una fuente. Al llegar descubrieron, ocultas entre árboles, las ruinas de una antigua casa tal como lo había descrito Ana Catalina Emmerick, en la cima de la montaña y desde donde se podía ver la ciudad de Éfeso a un lado y al otro el mar Egeo con la isla Samos al fondo. Luego se emprendieron otras exploraciones más profundas, entre las que participó monseñor Timoni, arzobispo de Izmir, quien en 1892 reconoció las semejanzas entre el sitio descubierto y la descripción de Emmerick, y otra en la que el padre Gouyet encontró otros vestigios a los que los habitantes les llamaban Panaya Kapoulou o La Puerta de la Virgen, un sitio en el que los pobladores de la región celebraban cada 15 de agosto la Asunción de la Virgen porque, como ellos mismos indicaron, allí estuvo la casa en la que ella murió.

Multitud de peregrinos acuden a la Casa de la Virgen María en Éfeso, como lo hicieron el papa Paulo VI en 1967, Juan Pablo II en 1979 y Benedicto XVI en 2006, a fin de encontrarse con el consuelo intercesor de nuestra Madre del Cielo, consuelo que describe san Bernardo de Claraval (1090-1153), Padre de la Iglesia, en una de sus homilías: “Si te sientes abatido por la enormidad de las culpas, confundido por una conciencia manchada o asustada por el temor del juicio; si empiezas a hundirte en un pozo de tristeza o en un abismo de desesperación, piensa en María. Que nunca esté lejos de tu boca ni de tu corazón, y mientras le pides el sufragio de su oración, no dejes de imitar su ejemplo de vida. Siguiéndola no te perderás, encomendándote a ella no desesperarás, pensando en ella no te perderás. Si ella te sostiene, no caerás; si ella te ampara, no debes temer; si te guía, no te fatigarás; si te favorece, llegarás a buen término, y así habrás experimentado en ti mismo que con razón se dijo: el nombre de la Virgen era María”.