Sábado, 04 Mayo 2024

Editoriales

Para eso he salido

Para eso he salido

La jornada de la curación de enfermos y liberación de endemoniados, que se habían agolpado a la puerta de la casa de Simón, en Cafarnaúm, fue larga. Fatigado, Jesús se retiró a dormir, pero no logró descansar; estuvo inquieto por tantos pensamientos que se sucedían uno tras otro. Eran muchos enfermos y endemoniados, era grande la necesidad de Dios en el mundo, y su misión no la vio sencilla. Así pasó la noche hasta que se levantó del lecho de sus sueños y se fue a un lugar solitario, al encuentro con Dios para presentarle sus pensamientos e inquietudes con la certeza de que aquello que no se resolvió durante la noche, el Espíritu se lo revelaría en la oración.

Y salió de la casa y salió de sí mismo y puso sus pensamientos en las manos del Padre y allí, en solitario, se entregó a la oración. “Simón y sus compañeros fueron en su busca. Al encontrarlo, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique, pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,36-39).

Nos impresiona ver a Jesús en oración, porque si él, siendo el Hijo de Dios, entra en oración, cuánto más debemos orar nosotros. En efecto, impacta percibir tan de cerca la naturaleza humana en Jesús, quien también pasa por la confusión y por la duda; analiza, reflexiona, medita, pues nos muestra que Dios, al asumir la condición humana, se ha hecho igual a nosotros en todo, menos en el pecado.

Mientras Jesús oraba, el amanecer en casa de Simón vio venir a una muchedumbre agradecida que nuevamente querían encontrarse con Jesús. Los discípulos, que los recibían a la puerta, por vez primera se supieron importantes; eran los poseedores de la persona de Jesús. Nunca esa casa había sido visitada por tanta gente. Los vecinos llegaron cargados de panes, vinos, aceitunas, aceite de olivo, dátiles y miel. Luego de recibir tales muestras de afecto y de gratitud, los discípulos fueron a traerles a Jesús. Pero él ya no estaba en la casa. Lo buscaron en los alrededores, pero no lo encontraban. Ampliaron su búsqueda y en un lugar solitario dieron con él y le presentaron un reclamo con tono de ansiedad. La respuesta de Jesús no les agradó, ellos querían celebrar el éxito, pero él les explicó que no sería justo quedarse a recibir halagos y obsequios y les hizo ver cuántas necesidades más había en los alrededores de Cafarnaúm.

Y cuando él les dijo para eso he salido, su mente viajó hasta su hogar en Nazaret, y se vio de niño, cuando aún vivía José, cuando todo era tranquilidad, alegría y seguridad; y recordó a María, su madre, y al esposo de su madre en aquel duro momento, cuando él, a la edad de doce años, durante una peregrinación al Templo de Jerusalén se les extravió antes de volver a casa (Cfr Lc 2, 41-50). Jesús también recordó que ya de vuelta en Nazaret, en su casa ocurrió un acontecimiento de mucha alegría cuando al día siguiente entró al taller de José y le dijo: -Abbá, ya sé qué quiero ser de grande. José había pensado, por el incidente en Jerusalén, que su deseo era el de ser un escriba, pero el niño agregó: -De grande quiero ser carpintero. José le respondió que él había nacido para algo mucho más grande que ser un sencillo carpintero. Y Jesús le dijo: -No entiendo cómo me dices que tu trabajo es sencillo, cuando tú me has alimentado, educado, formado y sostenido siendo tú un carpintero; José, Abbá, quiero ser carpintero, yo de grande quiero ser como tú. Aquellas imágenes mojaron los ojos de Jesús al recordar a su madre y a cuanto había tenido que dejar atrás al salir de su casa de Nazaret. Ahora salía de la casa de Simón dejando atrás los elogios que quisieron prodigarle los habitantes de Cafarnaúm. Jesús salió más allá de la casa de Nazaret y de la casa de Simón; Jesús salió del Cielo, del vientre de su madre, del desierto luego de su bautismo, de las tentaciones del mundo, del poder, de la riqueza y de todo a cuanto renunció para acudir al encuentro de todos, de aquellos, los de su tiempo, y también del nuestro.

Y luego de que Jesús les dijo a sus discípulos vayamos a otra parte, y tras explicarles: para eso he salido; es que recorrió Galilea, y atravesó el tiempo hasta llegar a nosotros, para acompañar nuestros pasos.