Jueves, 18 Abril 2024

Editoriales

María, Madre de la Verdad

María, Madre de la Verdad

En el corazón de Roma, la basílica de los santos Cosme y Damián resguarda una de las imágenes más intensas de la Virgen santa, un icono mariano cuyo aspecto evoca el tema de la Virgen hodigitria o La que muestra el Camino, la representación de la Virgen Madre de Dios en la que ella muestra a su glorioso Hijo, quien es la Verdad.

Sobre un fondo de oro, María aparece sedente, siendo ella misma un trono para el Hijo de Dios, quien reposa en su brazo derecho sostenido con firmeza, aunque con ternura, por la mano derecha de su Madre que envuelve su rodilla. Ambos mantienen posturas de tres cuartos de perfil, encontrándose mutuamente.

La Virgen viste túnica de color rojo y la cubre un extenso maphorion color azul oscuro de amplios pliegues y con finos bordes de oro. Son visibles dos de las estrellas que recuerdan su virginidad antes, durante y después del parto; una arriba de su frente y una más en su hombro izquierdo. La tercera queda oculta por Jesús, quien luce un amplio ropaje conformado por una túnica azul claro y un gran manto color rojo en tanto que sus pies no tienen sandalias, están descalzos.

La Virgen María inclina la cabeza hacia su Hijo, quien con sus ojos busca, curioso, la mirada de su Madre. Ella luce afligida y pensativa mientras interroga con una mirada desconsolada al alma del peregrino que la contempla, pues le aflige que la Verdad y la Salvación, que lleva entre sus brazos, no sea comprendida ni acogida por el hombre, y por ello, con su mano izquierda lo presenta al espectador, para dirigir su atención hacia Él.

Jesús, por su parte, permanece en su habitual actitud de bendecir con su mano derecha al tiempo que indica con los dedos índice y medio las naturalezas divina y humana que en Él conviven, en tanto que con sus otros tres dedos manifiesta la Trinidad santísima de Dios. Su mirada la dirige con ternura hacia su Madre mientras con su mano izquierda toma entre sus dedos los de ella, como si ambos entrecruzasen las manos en un contacto del que ninguno quiere separarse y como si Jesús, aun siendo niño, quisiera poner fin a la tristeza de su amorosa Madre.

El venerado icono, escrito en el siglo XIII, se localiza al interior de la basílica entronizado en el centro del altar mayor, que fue elaborado en 1637 por Domenico Castelli con columnas de mármol recuperadas del antiguo altar que fue remodelado en 1632 como parte de las obras de reestructuración del santuario realizadas bajo el pontificado de Urbano VIII, quien pontificó de 1623 a 1644.

La primigenia basílica de los santos Cosme y Damián se estableció en el siglo IV en lo que fueron dos antiguos edificios romanos emplazados en el Foro de Vespaciano, la Biblioteca de la Paz y el Templo de Rómulo, donados por la princesa Amalasuntha, hija de Teodorico el Grande (rey ostrogodo y patricio del imperio romano), al papa san Félix IV, quien pontificó de julio del año 526 a noviembre del 530, y quien los convirtió en el santuario que dedicó a los santos Cosme y Damián, dos hermanos gemelos que ejercieron la medicina caritativamente y que murieron mártires en el año 303 durante la persecución del emperador Diocleciano.

Al interior, la basílica es de una sola nave con seis capillas, tres en cada uno de sus dos lados. Su esplendoroso ábside, decorado con mosaicos entre los siglos VI al VII, recrea el libro del Apocalipsis con el Cordero místico entre los siete candelabros, los ángeles y los símbolos de los cuatro evangelistas y a Cristo que retorna glorioso en su Parusía con san Pedro y con san Pablo acompañados cada uno de ellos por los santos Cosme y Damián. En el extremo derecho inferior del ábside se presenta a san Teodoro y en el otro extremo al papa san Félix IV sosteniendo en su mano la maqueta de esta iglesia que él mismo dedicó a los dos santos médicos, titulares de la basílica. Todas las figuras se perfilan sobre un exquisito fondo color azul cobalto que representa el cielo con nubes que hacen de alfombra a Cristo al descender a la tierra en su Parusía.

Debajo del ábside de mosaicos, desde el altar mayor, el sacro icono de la Virgen María Madre de la Verdad, ha escuchado los ruegos de sus hijos que la aman y veneran desde siglos y que han obtenido de ella numerosos favores y milagros para ellos mismos y en beneficio de los habitantes de la ciudad de Roma.