Sábado, 20 Abril 2024

Editoriales

La blasfemia contra el Espíritu Santo

La blasfemia contra el Espíritu Santo

Los escribas que se habían desplazado desde Jerusalén hasta la pequeña aldea de Nazaret con el objetivo de difamar a Jesús mediante la calumnia de proferir que estaba poseído por el demonio (Cfr Mc 3,22), habían incurrido también en una blasfemia al asegurar que los milagros y curaciones que Jesús obraba no eran fruto del amor de Dios, sino que emanaban de un poder diabólico.

El Señor, entonces, con paciencia les mostró la tragedia de su blasfemia, y en su enseñanza les señaló un tipo de pecado que es imperdonable; y luego se refirió a la existencia del Purgatorio como una realidad por la que habrían de pasar muchos después de la muerte: “Yo les aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que estas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo»” (Mc 3,28-30).

Todo pecado lo perdona Dios porque su deseo es que todos los hombres se salven, y en su deseo incluye a los arrepentidos de haber blasfemado, pero ¿cómo otorgar su perdón a los que no quieren ser perdonados? ¿Cómo perdonar a quienes no reconocen a Jesús como el Mesías? Y ¿cómo salvar a quien no se acoge al Salvador? La opción por Dios es voluntaria, no es impositiva, Dios no se impone a nadie por encima de su voluntad. Dios no salva a fuerzas, su Espíritu mora, como enseña Orígenes de Alejandría, “en quienes viven la fe, mas aquellos que han sido considerados como dignos de participar en el Espíritu Santo, mas luego han vuelto la espalda definitiva y decisivamente a la gracia son los que blasfeman contra el Espíritu Santo”.

Jesús explicó que es imposible que se alcance la salvación a la vez que se afirme que el Mesías está poseído por un espíritu inmundo, pues se rechaza voluntariamente la gracia que Jesús ofrece en el designio de salvación universal y porque mantenerse en una situación de pecado grave se opone al estado de gracia y a la inhabitación del Espíritu Santo. Pecados los hay de pensamiento, de palabra y de obra; los hay de debilidad y de omisión, pero los hay también de maldad y de persistencia en la maldad, y son estos los más graves porque se derivan de la soberbia, la madre de todos los vicios, que es donde comienza todo pecado.

La blasfemia o el pecado contra el Espíritu Santo consiste en una negativa obstinada a creer en Jesús, y es imperdonable debido a la dificultad que se encuentra en cambiar la actitud negativa frente a Cristo. Jesús prevé su propia muerte y le atribuye un valor expiatorio. Por eso la muerte de Jesús en la cruz es una especie de condenación divina del pecado. Su resurrección como victoria sobre la muerte aparece igualmente como una victoria sobre el pecado y sobre las fuerzas diabólicas. La enseñanza y el comportamiento de Jesús con los pecadores contienen una nueva revelación sobre la naturaleza del pecado. Este nace de la intimidad del hombre, de su corazón perverso; es un desconocimiento voluntario del amor de Dios y una negativa a acoger la invitación a la conversión, esto es, a creer en Cristo; el pecado somete al hombre a la esclavitud del demonio. Acogiendo el anuncio del reino de Dios, se obtiene el perdón de los pecados y se entra en una relación amorosa con el Padre celestial. El pecado del hombre queda superado por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz.

Si el Señor afirma que todo aquel que niega la acción liberadora de Dios será reo de pecado eterno, es porque también hay reos que lo son de pecado temporal, en clara alusión al Purgatorio. Dios, que es justo, también es misericordioso; y si solamente fuese justo sólo habría cielo e infierno, pero como es misericordioso, por eso es por lo que hay Purgatorio. En efecto, el Purgatorio no es consecuencia de la justicia de Dios, sino de su misericordia, que es infinita. Así lo expresa san Gregorio Magno en sus Diálogos, al explicar que “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo afirma Aquel que es la Verdad, al decir que, si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro. En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este mundo, pero otras en el mundo futuro”.