Viernes, 03 Mayo 2024

Editoriales

Honrarás a tus padres

Honrarás a tus padres

Luego de que algunos fariseos confrontaron a Jesús para reclamarle que sus discípulos comían con manos impuras, el Señor les hizo ver que aquel pueblo en vano le rendía culto: “Les decía también: «¡Qué bien violan el mandamiento de Dios, para conservar su tradición! Porque Moisés dijo: 'Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte'. Pero ustedes dicen: Si uno dice a su padre o a su madre: 'Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán, es decir, ofrenda, ya no le dejan hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la palabra de Dios por la tradición que se han transmitido; y hacen muchas cosas semejantes a estas»” (Mc 7, 9-13).

El cuarto mandamiento de la Ley de Dios, contenido en el decálogo, ordena: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. En su sentido estricto, el término honra implica mucho más que respeto y veneración, pues se refiere a la obligación de estar atento a las necesidades materiales, como explica san Beda: “En la Escritura la ‘honra’ no consiste tanto en los saludos y el respeto debido, cuanto en la limosna y la dádiva de regalos”. Honrar a los padres implica el mandamiento divino de proporcionarles el sustento necesario a sus necesidades.

Si los hijos no se hacen cargo del sustento de sus padres, ¿quién lo hará? Asumir esa responsabilidad es deber de los hijos, no de otros. Que haya gente de buena voluntad que mediante fundaciones, instituciones de asistencia humanitaria y asilos, desempeñe esa tarea, eso no releva a los hijos de cumplir con el mandamiento divino.

Las leyes civiles también obligan a los hijos a sostener a sus padres, pues para el Estado implica un costo que no debe ser asumido por la sociedad cuando no lo aporta quien debe hacerlo, que son los hijos. Así, las instituciones de beneficencia funcionan para casos extraordinarios de ancianos sin hijos ni familiares. Si un mal hijo no cumple con su obligación moral y civil de sostener a sus padres, entonces el Estado se encarga de hacer que cumpla a través de una sentencia judicial que garantice la entrega de una pensión suficiente para dar sustento a sus necesidades.

En el Israel del tiempo de Jesús, la desobediencia a ese mandamiento de Dios se castigaba con pena de muerte. Así, de manera estricta quedaban garantizadas su observancia y su cumplimiento. Sin embargo, las autoridades envilecidas se habían inventado una excepción al cumplimiento del mandamiento a fin de hacerse de la aportación económica que los hijos entregaban a sus padres, tal como explica san Jerónimo, Padre de la Iglesia, en su Carta a Geruchia: “En el evangelio el Señor declara el mandamiento de la ley: «Honra a tu padre y a tu madre», que ha de entenderse no en el sonido de las palabras, que puede, con vana adulación, frustrar la indigencia de los padres: Dios había mandado que los hijos alimentaran a sus padres pobres y les pagaran, de viejos, los beneficios que de ellos recibieran de niños. Los escribas y fariseos, por el contrario, enseñaban a los hijos que respondieran a sus padres: «Corbán, es decir, ofrenda que he prometido al altar y la he dedicado como dones para el templo; si tú la recibes de mí como comida, se convertirá en alivio tuyo». Y así sucedía que, mientras el padre y la madre estaban en la indigencia, los hijos ofrecían un sacrificio, que consumirían los sacerdotes y los escribas”.

El korbán se entregaba al templo en aportaciones en dinero o en especie, y cuando las autoridades judaicas reclamaban su poca generosidad hacia Dios, por no entregar las suficientes ofrendas, y el reprochado respondía que no podía dar más porque estaba cumpliendo con el mandamiento de honrar a sus padres, entonces le ofrecían el recurso legal de que entregara al templo una cantidad menor de lo que destinaba para sus padres declarándolo korbán para librarse así de la sentencia de muerte y, además, ganar el favor de Dios, pues también quedaría purificado.

A Jesús le enfadó severamente el reclamo tan endeble de los fariseos y de los escribas, pues a él le consternaba la estafa que ellos maniobraban valiéndose del culto a Dios. Les hizo ver que hacen muchas cosas semejantes a estas y les echó en cara su traición reclamándoles con vigorosa ironía: ¡Qué bien violan el mandamiento de Dios!, pues lo hacían para conservar esa tradición, de la que se valían para estafar al pueblo, anulando la auténtica Palabra de Dios.