Sábado, 27 Abril 2024

Editoriales

El Fin de los Tiempos

El Fin de los Tiempos

Comenzó y terminó el tiempo de la creación, a su vez el tiempo de los reyes, el tiempo de los jueces y el de los profetas. Con la Natividad del Señor, en la noche de Navidad, inició la Plenitud de los tiempos o Tiempo de la Plenitud; tras su bautismo comenzó el tiempo del Mesías, que concluyó con su Ascensión al Cielo; y con la venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, inició el Tiempo de las Naciones, también llamado de los Gentiles y de la Iglesia.

En la actualidad nos encontramos en dos tiempos simultáneos: el Tiempo de la Plenitud y el Tiempo de las Naciones. Estos tiempos, a su vez, así como comenzaron, así también habrán de terminar. Sería pretencioso considerar que no tendrán fin, pues solamente en el Cielo, que es la eternidad, no hay tiempo; en tanto que la existencia sí está demarcada por el tiempo. “Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche” (Sal 90,4).

Suelen confundirse dos tiempos de la historia: el Fin de los tiempos y el Fin del mundo. Ambos son diferentes, el uno del otro, y ocurrirán en momentos diversos. Primero habrá de ocurrir el Fin de los Tiempos, que se refiere al fin del Tiempo de la Plenitud y al Tiempo de las Naciones, y en otro momento, en otro tiempo, ocurrirá el Fin del mundo, que no implica el fin de la humanidad, pues como dijo el Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mc 13,31). El tiempo en el que hoy vivimos no es el último, sino el penúltimo; estamos situados en un intervalo entre los acontecimientos profetizados en el Discurso escatológico y la parusía.

Es al Fin de los Tiempos al que se refiere el capítulo XIII del Evangelio de san Marcos, el Discurso escatológico que pronunció Jesús, un texto misterioso de género escatológico y también apocalíptico, que quiso revelar para que en cualquier momento de la historia se conociesen las cosas que habrían de suceder. No es gratuito que el Señor así lo quisiera, pues su dicho consiste en palabras de esperanza para todo tiempo, especialmente en ocasiones de persecución por la fe. A la vez, dio a conocer que la historia camina hacia un final, querido y prometido por Dios, y que consiste en la parusía de Jesús, cuando venga a reunir a sus elegidos.

Jesús, que sonríe todas nuestras alegrías y llora todas nuestras lágrimas, quiso revelar los tiempos por venir a fin de ser, para todos los suyos, un abrigo de esperanza, y advirtió a su rebaño profetizándole las amenazas de los lobos de la noche.

Hemos de estar ciertos de que a partir del momento en que el Señor reveló este misterio, todo lo dicho por él ha de cumplirse puntualmente, pues es Palabra suya. Así, el análisis del Discurso escatológico ha de hacerse a la luz de los acontecimientos que ya se han verificado y en atención a los que aún no se han cumplido, pues todo intento por forzar las profecías o adelantarlas en el tiempo corre el riesgo de derivarse en cálculos desprovistos de esperanza, cuando la intención del Señor fue, precisamente, fortalecernos en momentos de desesperanza.

Toda profecía es misteriosa hasta que no se ve cumplida; al igual que, una vez que se cumple, es sencilla de entender. Antes de la Natividad del Señor, por ejemplo, nadie comprendía la profecía que indicaba que nacería de una virgen (cfr. Is 7,14), pero a partir de la Anunciación, la Encarnación y la Natividad, cobró todo su sentido. De igual manera, las profecías contenidas en el Discurso escatológico, que ya se cumplieron, como ocurrió con la destrucción del Templo de Jerusalén, encuentran su actual explicación en la historia, en tanto que las que no se han visto cumplidas, se encuentran cubiertas por un velo de misterio hasta que no sean desveladas por su cumplimiento en los años por venir.

Una interpretación llana del Discurso escatológico se restringe a una escatología personal, aunque es irrecusable que las advertencias y promesas pronunciadas aquí por el Señor se refieren a la humanidad en su conjunto y a un futuro por venir en un tiempo que, aunque es desconocido para los hombres, no lo es para Dios.

El contenido del capítulo XIII del Evangelio de Marcos es la respuesta que Jesús dio a un discípulo que, maravillado por la grandiosidad del Templo, compartió con Jesús su sorpresa, y a la respuesta que dio a Pedro, Santiago, Juan y Andrés acerca de cuándo sería destruido el Templo.