
Ahora que todo inicio de año se ve acompañado de encontrados augurios, unos optimistas y otros terribles, siempre ya en materia de economía, de política internacional y de cambios climáticos del clima cambiante; cuando parece que debemos “enfrentar” un año “haciendo frente” al fracaso económico, a las amenazas de guerra de siempre de Estados Unidos y de Israel, y cuando se pronostica que tendremos el año más frío o el más caluroso o el más lluvioso “de las últimas décadas”; ahora que la institución del matrimonio es golpeada por legisladores; ahora que la vida se considera humana cuando se mide en semanas de gestación; ahora que la Fe en Dios es puesta a prueba por ateos; pero sobre todo, ahora que somos todavía muchos los que sabemos esperar contra toda esperanza y creer que sí aunque todo nos diga que no, ahora es cuando nos hace fuertes en nuestros fracasos y logros, caídas y esfuerzos, pesadillas y sueños, la figura de un hombre que supo esperar con determinada determinación, que trabajó con empeñoso esmero y que nos mostró que es posible amar más allá de las fronteras del amor cuando se entregó sin medida a la esposa de Dios y a su divino hijo.