Jueves, 28 Marzo 2024

Invitación a presentación de libro

Saint Joseph, man of faith

 

 

Everything we know about the husband of Mary and the foster father of Jesus comes from Scripture and that has seemed too little for those who made up legends about him.

We know he was a carpenter, a working man, for the skeptical Nazarenes ask about Jesus, "Is this not the carpenter's son?" (Matthew 13:55). He wasn't rich for when he took Jesus to the Temple to be circumcised and Mary to be purified he offered the sacrifice of two turtledoves or a pair of pigeons, allowed only for those who could not afford a lamb (Luke 2:24).

Despite his humble work and means, Joseph came from a royal lineage. Luke and Matthew disagree some about the details of Joseph's genealogy but they both mark his descent from David, the greatest king of Israel (Matthew 1:1-16 and Luke 3:23-38). Indeed the angel who first tells Joseph about Jesus greets him as "son of David," a royal title used also for Jesus.

We know Joseph was a compassionate, caring man. When he discovered Mary was pregnant after they had been betrothed, he knew the child was not his but was as yet unaware that she was carrying the Son of God. He planned to divorce Mary according to the law but he was concerned for her suffering and safety. He knew that women accused to adultery could be stoned to death, so he decided to divorce her quietly and not expose her to shame or cruelty (Matthew 1:19-25).

We know Joseph was man of faith, obedient to whatever God asked of him without knowing the outcome. When the angel came to Joseph in a dream and told him the truth about the child Mary was carrying, Joseph immediately and without question or concern for gossip, took Mary as his wife. When the angel came again to tell him that his family was in danger, he immediately left everything he owned, all his family and friends, and fled to a strange country with his young wife and the baby. He waited in Egypt without question until the angel told him it was safe to go back (Matthew 2:13-23).

We know Joseph loved Jesus. His one concern was for the safety of this child entrusted to him. Not only did he leave his home to protect Jesus, but upon his return settled in the obscure town of Nazareth out of fear for his life. When Jesus stayed in the Temple we are told Joseph (along with Mary) searched with great anxiety for three days for him (Luke 2:48). We also know that Joseph treated Jesus as his own son for over and over the people of Nazareth say of Jesus, "Is this not the son of Joseph?" (Luke 4:22)

We know Joseph respected God. He followed God's commands in handling the situation with Mary and going to Jerusalem to have Jesus circumcised and Mary purified after Jesus' birth. We are told that he took his family to Jerusalem every year for Passover, something that could not have been easy for a working man.

Since Joseph does not appear in Jesus' public life, at his death, or resurrection, many historians believe Joseph probably had died before Jesus entered public ministry.

Joseph is the patron of the dying because, assuming he died before Jesus' public life, he died with Jesus and Mary close to him, the way we all would like to leave this earth.

Joseph is also patron of the universal Church, fathers, carpenters, and social justice.

We celebrate two feast days for Joseph: March 19 for Joseph the Husband of Mary and May 1 for Joseph the Worker.

There is much we wish we could know about Joseph --where and when he was born, how he spent his days, when and how he died. But Scripture has left us with the most important knowledge: who he was-- "a righteous man" (Matthew 1:18).

In His Footsteps: Joseph was foster father to Jesus. There are many children separated from families and parents who need foster parents. Please consider contacting your local Catholic Charities or Division of Family Services about becoming a foster parent.

 

Prayer: Saint Joseph, patron of the universal Church, watch over the Church as carefully as you watched over Jesus, help protect it and guide it as you did with your adopted son. Amen.

 

La sombra de José en nuestros tiempos

 

 

Parece  que nunca ha sido tan necesaria la paz en nuestra patria como en nuestro tiempo. En siglos pasados hubo guerras, rivalidades y contiendas, pero el enemigo estaba a la vista, vestía uniforme o portaba alguna insignia. Era identificable. Hoy el enemigo está dentro, viste como cualquiera y está en todas partes.

La quijada de burro con la que Caín mató a su hermano, hoy se ha convertido en armas de alto poder. El crimen organizado cuenta con todos los adelantos de la ciencia y la técnica. El miedo se ha apoderado de todos. Si antes eran sólo los ricos quienes podían temer un secuestro, hoy teme todo aquel que tenga cinco centavos, pues la maldad está dispuesta a matarlo sólo para quitárselos. La corrupción en la policía y en algunos funcionarios del Estado nos pone “los pelos de punta”.

Cuando la víctima inocente es algún pariente o amigo cercano, sentimos como si Dios nos hubiera abandonado. Podríamos repetir las quejas del salmo 44: “Nos rechazas y nos humillas, ya no sales al frente de nuestras tropas... Nos haces ceder ante el adversario y los que nos odian nos saquean a su gusto… Nos entregas como ovejas y nos dispersas en medio de las naciones... Nos aplastaste en el desierto y nos cubrió la sangre de la muerte… Despiértate. ¿Por qué duermes, Señor?

Lo único que nos queda perfectamente claro es que hemos perdido la paz. Temblamos cada vez que nuestros hijos salen a la calle. Ya ni en nuestras casas nos sentimos seguros…

Y sin embargo, Cristo vino para traernos la paz, la paz de su corazón. Esa paz suya que no perdió ni en la cruz. Esa paz  suya que se mantuvo siempre firme a pesar de toda la guerra que le hicieron. Esa paz suya es la que nos quiso dejar para que sea nuestra.  La víspera de su pasión dijo Jesús a sus discípulos: “Mi paz les dejo, mi paz les doy. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo” (Jn 14, 27).

Esa es la paz del hijo de José de Nazaret. Es la paz de la esperanza. Mira al futuro de la humanidad,  pero también aquí y ahora nos trae la paz. Es la paz del corazón de Jesús.  Podrán taladrarnos las manos y los pies pero no romperán ninguno de nuestros huesos. Esto significa que podemos perder todas las batallas, pero venceremos eternamente con Cristo. “En el mundo tendrán persecuciones, pero (no teman), yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). El hijo de José de Nazaret nos anima con sus propias palabras: Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

Pero todo esto, ¿qué tiene que ver con san José?...  Cristo vino a traernos la paz. Al recibir en su casa a Jesús, José la llena de la paz de Cristo. Si yo consagro mi casa a José de Nazaret, mi casa será la casa de José y en ella recibiré la paz  de Jesús, tan necesaria en estos tiempos calamitosos.

Así, José -con María- será el encargado de traer el gozo y la paz de Jesús a mi corazón y a mi familia. Del mismo modo que José pasó de cada uno de sus 7 dolores a cada uno de sus 7 gozos, así todos mis dolores y temores serán la señal de que el reino de Dios está cerca (cf. Lc 21, 31).

Los males de nuestros tiempos y de todos los tiempos están profetizados en Lucas 21, 25-33. También ahí está profetizado el gozo que estos males nos traerán, como lo trajeron a José sus 7 dolores, pues nuestros dolores son señales de que está cerca nuestra liberación: (cf. v 28). “Apenas vean ustedes que suceden las cosas que les dije, sepan que el reino de Dios está cerca” (v. 31).

“El hijo de José” vino a traernos su propia paz, esa paz que nunca perdió. Su paz es el gozo que nos mantiene firmes aquí y ahora porque se basa en la esperanza. La paz de la esperanza mira al futuro de la humanidad, pero aquí y ahora está ya presente en la esperanza de nuestra liberación.

Aunque estemos sumidos en un futuro incierto, nos queda el consuelo de pensar lo que ahí mismo asentó con firmeza Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (v 33).

Si nos acercamos a José estaremos a “la sombra del Altísimo”. Si nos cobijamos a la sombra de José, estaremos a la sombra del Espíritu Santo que cubrió a María. Si José protegió a Jesús y María, nos protegerá a nosotros en estos tiempos tan difíciles. Si consagramos nuestros hogares, nuestra patria y el mundo entero a José, poco a poco alcanzaremos esa paz que las fuerzas del infierno no nos podrán quitar.

Porque la paz no es tanto la ausencia de guerra cuanto el ánimo en la lucha, la calma en la angustia y consuelo en el dolor. Es la alegría que acompaña al trabajo de dar sentido a la vida. La paz es el reino de los cielos en nuestros corazones. Podemos renunciar a todo, pero no podemos renunciar a la paz del corazón, porque la paz del corazón es el valor supremo del universo y “Dios es paz” (Jc 6, 24).

En la angustia, nos sentimos en las sombras de la muerte y, desesperados, elevamos los ojos al cielo y gritamos al Señor con el profeta: “¡¿Por qué te escondes cuando más te necesito?!” (Sal 10, 1)… Pero, si nos acogemos a la sombra de José, en su sombra y en nuestra sombra brillará la luz de Jesús. Así como su luz brilló en las sombras de la cueva de Belén, así como brilló en el Templo cuando José encontró al Niño perdido, así José nos ayudará a encontrar al Dios que se nos había escondido.

Cuando perdemos a Jesús por causa de nuestros pecados o de las pruebas de la vida, nadie mejor que José con María nos ayudarán a encontrar al Jesús perdido. En la sombra de José encontraremos la paz de la esperanza. En su sombra asomará el alba que es María, y detrás del alba de María vendrá la luz del sol de la mañana que es Jesús.

 

Texto tomado del capítulo “Un hombre para el siglo XXI” del libro “José y María, historia de un gran amor” de Carlos Saravia Máynez. México, marzo de 2011.


San José, datos fundamentales para conocerle mejor

 

 

La santidad de San José está muy por encima de los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes y aun de los mismos Ángeles.

Ser el padre de Jesús y el esposo de María es lo máximo que podemos decir de él, pues cumplió fielmente su misión y, por eso, Dios lo ha encumbrado sobre todos los santos.

La razón teológica de la santidad de San José, la establece Santo Tomás de Aquino cuando dice: "Cuanto alguna cosa recibida se aproxima más a la causa que la ha producido, tanto más participa de la influencia de esa causa" (S. Th. III, q.7, a.1). La causa única de donde procede toda santidad es el mismo Dios. Luego cuanto más próxima o cercana a Dios esté una criatura, tanto más participará de su infinita santidad. Nadie como San José -después de Jesús y de María- se ha acercado tanto a Dios, luego hay que concluir que su santidad excede a cualquier criatura humana o angélica.


DATOS EVANGÉLICOS

El evangelio enseña claramente que José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham con todo lo que ello significa, y, sobre todo, la descendencia de David y las promesas del reino mesiánico y eterno. Ese es el significado y la importancia de la genealogía de José, desposado con María, de la nace Cristo (Mt 1, 1-16).

San José en los planes de Dios juega un papel de capital importancia; sin él no hubiese existido el descendiente de David, el Mesías. José da su consentimiento a esta transmisión. El Señor le pide que tome a María como esposa, porque en los planes de Dios el Mesías tenía que nacer de una virgen, pero desposada, casada con un hombre justo; y este hombre es José. Y José con su silencio dijo SI a la embajada de Dios, recibiendo a María en su casa. Es todo el valor capital del anuncio a José (Mt 1, 18-24).

José es el varón justo, cabal, perfecto, y como tal ha obrado en el momento trascendental de la Encarnación del Verbo, totalmente entregado a la voluntad de Dios con una fe ciega y absoluta en El. Se desposa con María por voluntad de Dios Es un matrimonio preparado por el Espíritu Santo, en el que sólo interviene Este de una manera especialísima (Mt 1, 19a).

Por razón de su matrimonio con María, José es padre de Jesús, padre virginal. El evangelio le da el título de padre sin más: "He aquí que tu padre y yo te buscábamos" (Lc 2, 48); porque en todo el contexto del relato evangélico se comprende fácilmente el contenido de la paternidad.

Paternidad que encuentra su realización materializada en el nacimiento de Jesús en Belén. San José pone los actos previos al nacimiento de Jesús. Como esposo justo y fiel lleva a la madre, próxima al alumbramiento, a Belén; le busca una posada digna entre amigos y conocidos, y, al no hallarla, se instala con ella en un establo de bestias, esperando el santo advenimiento. Acompaña a María en el momento de dar a luz al hijo que el cielo les ha regalado a los dos, dice San Agustín. Ha llegado ya el fruto de su matrimonio virginal con María; ha visto colmada su paternidad por obra y gracia del Espíritu Santo, aceptando que fuese de aquel modo concreto, en pobreza y abandono del mundo (Lc 2, 4-7).

José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre; así San José ejerce su dominio sobre el hijo y, de alguna manera le marca su personalidad. Al imponerle el nombre de Jesús le incluye con todo derecho en la descendencia davídica. Es un acto de dominio y de sabiduría porque el nombre responde a la sustancia de la persona (Lc 2, 21; Mt 1, 20-21. 25).

José y María, según San Lucas, presentan al niño Jesús en el templo como sacerdote y como sacrificio. Acto que representa el reconocimiento por los padres de la especial consagración a Dios de aquel Niño que ya recibió el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, por especial inspiración de un ángel (Lc 2, 22-24).

En su calidad de padre de Jesús recibe del cielo la orden de llevarle a Egipto para liberarle de las iras exterminadoras de Herodes y de volverle, a su debido tiempo, a Palestina (Mt 2, 13-23).

Y en su calidad de padre, José es obedecido por Jesús y le está sujeto (Lc 2, 51).

Los sentimientos de paternidad para con Jesús en José son tan fuertes que cuando los pastores cantan las maravillas de la aparición de los ángeles, su padre y su madre escuchan maravillados lo que se dice del Niño (Lc 2, 33); y cuando se pierde en el templo, le buscan por espacio de tres días con gran dolor; Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote (Lc 2, 48).


EN LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA

Encontramos huellas de la reflexión teológica sobre San José desde los primeros siglos del cristianismo, tanto en los Padres orientales como en los occidentales. Es así, que entre los Padres orientales que hablan de San José encontramos: En el Siglo II a San Ignacio de Antioquía, San Justino, San Ireneo. En el siglo III a Tertuliano, San Clemente de Alejandría, San Hipólito de Roma, Orígenes, Julio de África. En el siglo IV a Eusebio de Cesarea, San Efrén, San Basilio, San Cirilo de Alejandría. Y entre los Padres occidentales a San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, Pedro Crisólogo, y otros. Considerando los aportes patrísticos, se puede decir que hacia mediados del siglo V ya se contaba con los elementos más característicos de la comprensión teológica y espiritual sobre San José.

Durante los siglos posteriores la reflexión sobre el Santo Custodio se limitaría a comentar los escritos de los Padres de la Iglesia. Pero la llegada del siglo XII traería una mayor profundización teológica con santos como Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino y Buenaventura.

En estos primeros siglos la teología de San José se reduce principalmente al nacimiento del Señor Jesús, y a la virginidad de María, la reflexión sobre San José estaba acompañada de un cierto temor de resaltarlo demasiado. Las inquietudes básicas sobre San José se concretaban en las preguntas ¿Cuál fue realmente e históricamente la función de San José en la sagrada familia de Nazaret? ¿De qué naturaleza fue su paternidad respecto de Cristo y su matrimonio con María? Por ejemplo, ante el temor de atentar contra la virginidad de María afirmando la existencia real del matrimonio con José y María, autores como San Jerónimo lo consideraban simplemente putativo.

El primer surgimiento de la devoción a San José, se produce en sentido pleno entre los Siglos XII y XV, propiciado por el retorno a la veneración de la humanidad de Cristo y el culto a la Santa Virgen impulsado especialmente por San Bernardo de Claraval en Siglo XII, San Francisco de Asís, en e Siglo XIII, y diversos autores de la "Devotio Moderna". Entre los autores de la órdenes mendicantes se encuentran: San Buenaventura y sus discípulos Pedro Juan Olivi, Ubetino de Casal, y más tarde Bernardino de Siena, Bernardino de Feltre, Bernardino de Bustis, por parte de los Franciscanos; y por el lado de los Dominicos a San Alberto Magno, Santo Tomás, entre muchos otros. También encontramos por esta época al Papa Sixto IV, quien incluyó la fiesta de San José en el Calendario Romano hacia el año 1479.

Sin embargo parece que es a partir de los Siglos XV y XVI, en la época de las reformas católicas, cuando se empiezan a producir trabajos enteramente dedicados a San José, así como a profundizar en las reflexiones en torno al Santo Custodio. En este tiempo también crece significativamente su devoción. Los siglos siguientes hasta nuestros días son los de mayor desarrollo y florecimiento, estando la devoción a San José en un continuo aumento. En esta época encontramos numerosas fundaciones religiosas, asociaciones y las pías uniones de laicos, las iglesias, las capillas, los libros científicos y populares, las recomendaciones de los santos que buscan promover y sostener la devoción a San José.


SU CULTO EN LA IGLESIA

a) El papa Sixto IV, en el año 1476, establece para la diócesis de Roma el 19 de marzo como fiesta de San José, que luego se extendió a la Iglesia universal.

b) Pio IX lo declara Patrono Universal de la Iglesia (8-XII1870).

c) Pio XII establece la celebración de San José Obrero, el 1º de mayo, presentándolo como modelo de los trabajadores.

d) Benedicto XV declara a San José como singular protector de los moribundos (25-VII-1920).

e) Juan XXIII lo incluye en la relación de Santos, después de María, en el Canon Romano de la Misa (S.C. de los Ritos, Decr. (13-XI-1962).

 

VIRGINIDAD, MATRIMONIO CON MARÍA Y PADRE DE JESÚS

Santo Tomás de Aquino dice: Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje.

Dice san Francisco de Sales (1567-1622): María y José habían hecho voto de virginidad para todo el tiempo de su vida y he aquí que Dios quiso que se uniesen por el vínculo del santo matrimonio, no para que se desdijeran y se arrepintieran de su voto, sino para que se confirmasen más y más y se animasen mutuamente juntos durante toda su vida.

Debemos tener en cuenta es que fue un verdadero matrimonio, a pesar de que nunca hubo entre ellos relación carnal.

El Espíritu Santo reconoce en el Evangelio: José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt 1, 16). José era verdadero esposo de María y entre ellos había un verdadero matrimonio. Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás de Aquino, la ponen siempre en la indivisible unión espiritual, en la unión de los corazones, en el consentimiento, elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena libertad el don esponsal de sí, al acoger y expresar tal amor.

José fue en verdad padre de Jesús, aunque no lo fuera de sangre. Su título de padre le es reconocido por el Espíritu Santo mediante la autoridad de la Palabra de Dios, y Jesús lo reconocía, obedeciéndole en todo. Dice el Evangelio que les estaba sujeto (Lc 2, 51), es decir, que obedecía a María y José.

La paternidad de José era indispensable en Nazaret para honrar la maternidad de María. Era indispensable para la circuncisión e imposición del nombre. Era indispensable en Belén para inscribir al recién nacido como hijo de David en los registros del imperio romano. Era indispensable en Jerusalén para presentar al primogénito en el templo. Y también era indispensable la presencia de José para el crecimiento de Jesús en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52).

Decía el Papa Juan Pablo II: La paternidad de san José, como la maternidad de la Santísima Virgen María, tiene un carácter cristológico de primer orden. Todos los privilegios de María se derivan del hecho de que es madre de Cristo. Análogamente, todos los privilegios de san José se deben a que tuvo el encargo de hacer de padre de Cristo.

La Sagrada Familia fue la familia perfecta, donde había amor, unión, comprensión y donde estaba Dios presente en la persona de Jesús. Siempre se ha dicho que, para formar un auténtico matrimonio hacen falta tres: el esposo, la esposa y Dios.




VIRTUDES DE SAN JOSE

San José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús. Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión correspondió de modo admirable pues la misma Escritura lo llama hombre justo (Mt. 1, 19), luego debemos concluir que su santidad excede a todos sin excepción alguna.

La eximia santidad de San José y el carácter especial del culto que la Iglesia le rinde, ha movido a los teólogos a aplicarle a su culto el título de suma dulía, que expresa su inferioridad frente al culto a María de hiperdulía y, su superioridad respecto al de los santos, de simple dulía.

"Brillan en él, sobre todo, las virtudes de la vida oculta, en un grado proporcionado al de la gracia santificante: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad, que no puede ser quebrantada por ningún peligro; la sencillez, la fe, esclarecida por los dones del Espíritu Santo; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardó el depósito que se le confiara con una fidelidad proporcionada al valor de este tesoro inestimable" (Garrigou-Lagrange, R., San José, Buenos Aires, 1947, p.301).

"¿Cómo acertar a referir los progresos de su santidad al contacto de Jesús y en la sociedad más íntima con la Madre de Dios? No eran los sacramentos los que obraban en él, era el Autor de los sacramentos y de la gracia. Si Jesús les ha comunicado a sus sacramentos tanta gracia para santificar las almas, ¿cómo podían, por ventura, sus caricias, su sonrisa, su contacto, aun cuando de un modo distinto, producir efectos mucho más maravillosos? ¿Qué era la vida de San José sino una comunión continua con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba en El: por los ojos, que con tanta frecuencia descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José besaba con tanto amor al divino Niño; por el contacto, cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el pensamiento, que se volvía sin cesar a Jesús y a María; por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por todo trabajo, por todo movimiento? ... Pues nada existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación, el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de Jesús" (Sauvé, C., San José, Barcelona, 1915, p.361).

El Evangelio llama a San José hombre justo (Mt. 1, 19). "Una alabanza más rica de virtud y más alta en méritos no podría aplicarse a un hombre... Un hombre... que tiene una insondable vida interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner en seguida, a disposición de los planes divinos, su libertad..." (Pablo VI, Homilía, 19-111-1969).

“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración" (Juan XXIII, Alocución, 17-111-1963).

"Expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazareth es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero... La obediencia de Jesús en la casa de Nazareth, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial... José acerco el trabajo humano "al misterio de la redención" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.22).


PRIVILEGIOS DE SAN JOSÉ

Hay algunos teólogos y santos que opinan que san Juan Bautista y Jeremías fueron santificados en el vientre de su madre, y que esto debe decirse con mucha más razón de san José.

Así lo afirman, entre otros, Gerson, Isidoro de Isolano, Bernardino de Bustos, san Alfonso María de Ligorio y la venerable María de Jesús de Ágreda, que dice: San José fue santificado en el vientre de su madre a los siete meses de su concepción.

Uno de los especiales privilegios concedidos por Dios a san José, según algunos santos, es el de su Asunción al cielo en cuerpo y alma. Así lo expresa el famoso teólogo español Suárez, San Pedro Damián y san Bernardino de Siena, san Francisco de Sales, san Alfonso María de Ligorio, la venerable Madre María Jesús de Ágreda, Bossuet, san Enrique de Ossó y Cervelló y otros.

Es interesante anotar que el Papa Juan XXIII, en la homilía pronunciada en la fiesta de la Ascensión, el 26 de mayo de 1960, con motivo de la canonización de Gregorio Barbarigo, expresó su opinión personal de que san José está en el cielo en cuerpo y alma; y la expuso como opinión aceptable. Dijo literalmente en italiano: così piamente noi possiamo credere (así nosotros podemos piadosamente creer).


PALABRAS DE ALGUNOS SANTOS

Decía san Efrén (306-372): Nadie puede alabar dignamente a José.

San Juan Crisóstomo (+407) afirma con relación a san José: No pienses, oh José, que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer.

Santa Brígida (+1373), la gran mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen María: José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las cosas celestiales.

El padre Esteban Gobbi, un verdadero santo, fundador del Movimiento sacerdotal mariano, aprobado por la Iglesia, recibió un mensaje en el que le decía la Virgen María: José fue para mí un esposo casto y fiel, un colaborador inestimable de la custodia amorosa del Niño Jesús; silencioso y providente, trabajador, pendiente de que nunca nos faltara los medios necesarios para nuestra humana existencia, justo y fuerte en el diario cumplimiento de la misión a él confiada por el Padre celestial. ¡Con cuánto amor seguía cada día el admirable crecimiento de nuestro divino hijo Jesús! Y Jesús le correspondía con un afecto filial y profundo. ¡Cómo lo escuchaba y le obedecía, cómo lo consolaba y le ayudaba!... Imiten a mi amadísimo esposo José en su oración humilde y confiada, en el fatigoso trabajo, en su paciencia y en su gran bondad.

Y Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos años, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver donde su compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una oración a san José para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención alguna de alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven, se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo y murió, invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos últimos momentos .

Santa Bernardita Soubirous, la vidente de la Virgen en Lourdes, era muy devota de san José. Cuando murió su padre en 1870, escogió a san José como su padre en la tierra.
Un día, una hermana la sorprendió rezando una novena a la Virgen delante de una imagen de san José, y le dijo que eso estaba muy mal, porque debía rezar la novena delante de la imagen de la Virgen. Pero ella le respondió:
- La Santísima Virgen y san José están perfectamente de acuerdo y en el cielo no hay celos ni envidias.
Un día de 1872, se fue a hacer una visita a la iglesia y les dijo a las hermanas de la enfermería:
- Voy a hacer una visita a mi padre.
- ¿A vuestro padre?
- Sí, ¿no sabéis que ahora mi padre es san José?
Y decía: Cuando no se puede rezar, es bueno encomendarse a san José.
Cuando la enterraron el 30 de mayo de 1879, lo hicieron en la cripta subterránea de la capilla de san José, en el jardín del convento y no en el cementerio público. En las Actas del proceso de beatificación, una de las religiosas declaró que repetía frecuentemente la invocación: San José, dame la gracia de amar a Jesús y a María como ellos quieren ser amados. San José, ruega por mí y enséñame a rezar.

Dice santa Faustina Kowalska (1905-1938): San José me ha pedido tenerle una devoción continua. Él mismo me ha dicho que rece diariamente tres veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria y el “Acordaos” (que se reza en la Congregación). Me ha mirado con gran cordialidad y me ha hecho conocer lo mucho que apoya esta Obra (de la misericordia) y me ha prometido su ayuda especialísima y su protección. Rezo diariamente estas oraciones pedidas y siento su especial protección.

Santa Teresa de Jesús es quizás la santa más conocida como gran devota de san José. Siendo de votos solemnes en el monasterio de la Encarnación de Ávila, estuvo cuatro días en coma en casa de su familia y todos pensaron que iba a morir.
Dice ella: Ya tenía día y medio abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las honras en uno de nuestros conventos de frailes fuera de aquí, pero quiso el Señor tornase en mí (Vida 5, 10). La recuperación le costó tres largos años de sufrimiento. Pero se recuperó totalmente y esto se lo atribuía a san José. Dice:

- Tomé por abogado y señor al glorioso san José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así en esta necesidad como en otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío, me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado así del cuerpo como del alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hace cuanto le pide... Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y le haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud... Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que me ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas... Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción... Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará de camino... él hizo que pudiese levantarme y andar y no estar tullida (Vida 6, 6-8).

En el día de la Asunción (1561), estando en un monasterio de la Orden del glorioso santo Domingo... vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó fuera de mí... Parecióme que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía; después vi a Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre san José al izquierdo... Díjome Nuestra Señora que le daba mucho contento que sirviera al glorioso san José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos.
Una vez, estando en una necesidad que no sabía qué hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no faltarían, que los concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que espantaban a los que lo oían, me proveyó. Por eso, recomendaba encarecidamente a cada una de sus monjas: Aunque usted tenga muchos santos por abogados, séalo en particular de san José que alcanza mucho de Dios. Y les decía: Hijas, sean devotas de san José, que puede mucho.


DEVOCIONES MÁS EXTENDIDAS

a) Como maestro de oración (cfr. Santa Teresa de Jesús, Vida, cap.6).
b) Como maestro de la vida interior (cfr. Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.39 y ss).
c) Patrono de los moribundos (cfr. Benedicto XV, 25-VII-1920).
d) La familia de José, la Sagrada Familia, modelo de los hogares cristianos (cfr. Benedicto XV, 25-VII-1920).
e) Las Letanías de San José (cfr. Pio XI, 21-III-1935).
f) Dedicarle los miércoles, de cada semana.
g) Ddicarle el mes de marzo, de cada año.
h) La piadosa consideración de sus siete dolores y gozos.
i) Los siete domingos de San José, anteriores al 19 de Marzo de cada año.

 

 

 

Artículo tomado de "Miriam Revista mariana universal"

José fue la sombra de Dios Padre para Jesús

 

 

Cuando encuentras el gran parecido que un hijo tiene respecto a su padre, viene a la mente aquel refrán: «De tal palo tal astilla». O aquél otro que dice: «Quien a los suyos parece honra merece». En este caso bien podríamos afirmarlo de José, referido a Aquél que tuvo como hijo en este mundo.Realmente José supo ser astilla de un buen tronco y parecerse al Señor que lo había creado y en concreto al hijo que le había sido dado. Y todo ello siempre -como otras veces hemos indicado- todo ello siempre desde el silencio del corazón. O también desde el silencio y desde el corazón. Allí se encierra también toda la vida de José de Nazaret. En ese silencio admirativo con que, después de las primeras circunstancias, acogió la llegada de Jesús. Ese silencio admirativo con el que pasó su vida, sin duda conjeturando, enseñando a Jesús el oficio de carpintero.En el silencio del taller de carpintería tuvo que quemar muchas horas con Jesús. Los dos, uno junto al otro, palabra tras palabra, minuto tras minuto, fueron consumiendo, gastando, para la gloria de Dios, cada uno de sus días.

Ese silencio admirativo y también receptivo o receptor. Era José como una esponja que por estar próxima al agua, poco a poco se va empapando de las gotas que salpica y queda así de esa manera empapada del agua. Pienso que así quedó José empapado de Dios, conviviendo en esa proximidad con Jesús en ese enseñar al Maestro, con esa profunda timidez, con que sin duda tuvo que hacerlo reconociendo en su hijo al Mesías, al Señor.Es como lo que pasó –en cierta manera- a Juan el Bautista cuando Jesús se acercó para ser bautizado. Juan dijo: «Soy yo el que debe ser bautizado por Ti». Pues así, José también tuvo que tener muy claro que él era el que debía ser instruido por Dios. Pero el Padre Dios conducía su corazón para que enseñara las cosas de este mundo a Jesús.

Para que, gracias a él, Jesús pudiera hacer el recorrido que todo hombre lleva a cabo y para que, gracias a él y con él, estando debajo de él, sometido en obediencia a José, Jesús pudo aprender a recibir todas aquellas experiencias de vida por las que los hombres pasamos desde que nacemos.José se convirtió así, como le honramos en el Icono: José, sombra del Padre. Porque José fue la sombra de Dios Padre para Jesús. José fue para Jesús la cercanía de Dios, el silencio amoroso de Dios, ese amor escondido que -como el manantial- brota constantemente y se derrama por todo su entorno.José vivió su vida con un solo corazón con Jesús y a El le ofreció, no los mejores, sino todos los años que Dios le concedió vivir. Y tan particular fue su actitud, su entrega que, salvando estos primeros momentos del descubrimiento del embarazo de la Madre de Dios, la historia no nos ha dejado nada más.

José se convierte en uno de esos prototipos, modelos a imitar en nuestra sociedad, porque la figura de José rivaliza notablemente con la figura del hombre que propende nuestro tiempo. Tiene notables diferencias evidentemente y notables objetivos. Notables diferencias también en los objetivos a alcanzados. José partió hacia el Reino con una vida plena y los hombres hoy pululan por el mundo infelices. José se nos muestra a nosotros como el modelo de cristiano que es necesario en este tiempo nuevo, en este tiempo en el que vivimos que, a pesar de los avatares, sigue siendo para nosotros un año de gracia de Dios, un tiempo de gracia. Y José se nos presenta como ese modelo silencioso, callado, obediente, feliz, responsable.

Reúne en sí toda esa sombra de Dios Padre. Hace realidad de tal manera esa paternidad de Dios y una manera de ser y de proceder, que se intuye viendo al hijo y viendo a la madre, la esposa. Una manera de proceder que se intuye, y que ves que es la que nosotros necesitamos vivir. No hay datos, muy escasos, escasísimos. Pero: si «quién a los suyos parece honra merece». Y si «al árbol se le reconoce por sus frutos», y los frutos de la vida de José, de su forma de ser, de vivir, de tener, de amar a Dios, de vivir en el mundo son los que podemos colegir igualmente en Jesús y en María, y que son los que Dios nos propone, son los válidos para seguir a Jesús. Por eso la Iglesia quiso asumirlo como patrón, protector y guía de la Iglesia Universal, porque encierra el modelo de vida que Jesús anunció.

Porque encierra la manera de vivir del propio Jesús. Siendo solamente un hombre. Para que no se nos desvíe la atención. Hombres capaces de amar, capaces de amar hasta la obediencia final, capaces de amar hasta la entrega plena, capaces de amar hasta –si se nos permite decirlo así- «instruir al propio Mesías», desde la pequeñez de la humildad. Sabiendo que uno no puede enseñar nada. Sabiendo que el discípulo (Jesús) en este caso era superior al maestro (José) desde el principio. Pero aún sabiéndo eso, hizo lo que tenía que hacer, desde el silencio de una vida unida a Dios.Ahí tenemos todas las claves y todas las respuestas. Y José nos sitúa frente a Jesús, frente a frente, cara a cara para encontrarlo, para que aprendamos a vivir. Y, al mismo tiempo, se nos ofrece a nosotros mismos también, cómo no, como intercesor porque él es la sombra de Dios Padre.

El es la proyección de Dios Padre como la sombra es la proyección de la figura, humana o del objeto. La sombra no puede existir sin estar unida a la persona o al objeto y al mismo tiempo a la luz. En la oscuridad no hay sombras, hace falta la luz para ver y reconocer la sombra. Si miramos a Dios reconoceremos también a José. Pero si miramos a José terminaremos viendo a Dios porque la sombra está unida siempre a la luz y a la imagen que la proyecta. Por eso José es importante en la vida de la Iglesia.

Y por eso es también importante en nuestra vida. Aprendamos de él también a vivir tan cerca de la Luz, de tal manera que -siendo nosotros sombra- podamos ser referencia para los que nos rodean. Igual que nosotros viendo la sombra de José y siguiendo su ejemplo podemos descubrir la Luz y el encuentro con Dios, de esa misma manera que quien pueda un día contemplarnos no se quede en nosotros sino que fije su mirada en la Luz que hace posible la sombra y en la imagen de Aquél que la proyecta.