Sábado, 20 Abril 2024
La oración dogmática a la Virgen María

La oración dogmática a la Virgen María

Son cuatro los dogmas de Fe concernientes a la Virgen María: inmaculada concepción, maternidad divina, virginidad perpetua y asunción al cielo en cuerpo y alma.

El dogma de la Concepción Inmaculada declara que María, por una gracia especial de Dios, fue preservada de todo pecado desde que fue concebida por sus padres san Joaquín y santa Ana; dogma proclamado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus.

El dogma de la maternidad divina refiere que María es verdadera Madre de Dios, dogma definido por el Concilio de Éfeso en el año 431 por el papa san Clementino y confirmado por los concilios de Calcedonia, del año 451, y el segundo concilio de Constantinopla, del año 553.

El dogma de la Perpetua Virginidad determina que María fue virgen antes, durante y perpetuamente después del parto, afirmación sostenida en las definiciones de los concilios de Calcedonia, del año 451; el tercero de Constantinopla, del año 681; los concilios ecuménicos Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II; y el Vaticano II, que expresa que María, “por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo”.

El dogma de la Asunción sostiene que María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial; dogma proclamado por el papa Pío XII el 1º de noviembre de 1950 en la Constitución Munificentisimus Deus, con las palabras “pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.

La devoción mariana ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María, que en cada uno de sus elementos expresa la correcta devoción.

Al decir “Dios te salve, María”, repetimos el saludo del arcángel san Gabriel, pues es Dios mismo quien, por mediación de su ángel, saluda a quien será su madre; y por nuestra parte, recogemos el mismo saludo a María con el amor que Dios encuentra en ella. 

Al mencionar “Llena eres de gracia, el Señor es contigo”, las palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente ya que María es llena de gracia porque Dios está con ella, la inhabita, y la gracia que la inunda es la presencia de Dios.

Al proclamar “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”, hacemos nuestro el saludo de Isabel, quien movida por el Espíritu Santo, es la primera de todas las generaciones que la llaman bendita por haber creído en el cumplimiento de la Palabra de Dios y porque así vino a ser madre de los creyentes, para que todos recibamos a Jesús, fruto de su vientre.

Al pedir “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”, le confiamos nuestras vicisitudes y peticiones, pues como madre de Dios y madre nuestra, ora para nosotros como oró para sí misma: “Hágase en mí según tu palabra”; y así nos confiamos, con ella, a la voluntad de Dios.

Al invocar “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, le pedimos que interceda por nosotros ante el Señor, nos reconocemos pecadores, nos ponemos en sus manos en el hoy de nuestras vidas y le confiamos desde ahora el momento de nuestra muerte para que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo, y para que nos acoja, como madre nuestra, para conducirnos a Jesús, al Cielo.

Los dogmas de fe marianos, definidos por la santa Iglesia Católica desde siglos, son dogmas que ningún cristiano puede negar sin incurrir en herejía, ni los cuatro ni cada uno de ellos.

Para expresar nuestro amor a la Virgen María, y para presentarle un desagravio por las ofensas de aquellos cristianos que niegan sus dogmas, es recomendable rezar diariamente cuatro veces el Ave María, y al término, pronunciar una breve jaculatoria mencionando cada uno de los dogmas marianos, con estas palabras:

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ruega por nosotros, santa María, concebida Inmaculada, sin pecado ni culpa. Ruega por nosotros, santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros, santa María, siempre Virgen, antes, durante y después del parto. Ruega por nosotros, santa María, asunta al cielo en cuerpo y alma.

La santa Madre de Dios, y madre nuestra, quedará muy alegre al recibir nuestras palabras en esta devoción tan sencilla, y a la vez tan dogmática.