Viernes, 19 Abril 2024
Leche de la Virgen María

Leche de la Virgen María

En la Profesión de nuestra Fe, al pronunciar la oración del Credo se proclama que Jesucristo “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”, encarnación en la que en el curso de nueve meses, ella le dio a Jesús, en su seno virginal, su carne y su sangre, sus huesos, su cabello, sus ojos y su mirada, su boca y su sonrisa, todo su cuerpo. Jesús heredó de María, su Madre, sus gentiles ademanes, sus amables gestos y su fino modo de andar. María también lo alimentó, como toda madre lo hace, con su propia leche, para que el divino Niño creciese sano y fuerte.

Balaj el Sirio, Padre de la Iglesia, a mediados del siglo V escribió un canto en el que alaba la maternidad de María y la nutrición del Salvador con la leche maternal: “Alabado sea el Padre que envió a su Hijo unigénito, nacido de María, aliviándonos del error y glorificando su memoria en la tierra y en el cielo. Dichosa tú, María, que lo concebiste. Dichosa porque lo entregaste al mundo. Dichosa porque alimentaste a Aquel que nutre a todos. Dichosa porque llevaste en tu seno al poderoso que dirige el mundo en su poder y que todo lo gobierna. Dichosa tú, porque con tu leche alimentaste a Dios, quien en su misericordia se hizo pequeño y engrandeció a los desheredados”.

La venerable Sor María de Jesús de Agreda, en su obra La Mística ciudad de Dios, describe, en revelación, la consistencia de la leche de María: “No comió el Niño Dios cosa alguna, mientras recibió el pecho virginal de su Madre, porque sólo con la leche se alimentó, y esta era tan suave, dulce y sustancial, como engendrada en un cuerpo tan puro y perfecto de complexión purísima, y medida en calidades, sin desorden ni desigualdad”.

La sagrada Leche de la Virgen María se conserva dentro de una fina ampolla de cristal, contenida en un exquisito relicario elaborado en plata, en la iglesia de la Colegiata de san Lorenzo de Montevarchi, en la provincia de Arezzo, región de Toscana, Italia.

La reliquia estuvo inicialmente en posesión de Balduino II, emperador de Constantinopla de 1237 a 1261, quien la entregó en 1238, junto con otras preciosas reliquias, a san Luis IX, rey de Francia.

Una antigua tradición refiere que la reliquia fue obsequiada por san Luis IX al conde Guido Guerra V de Montevarchi -hombre de confianza del papa Inocencio IV y quien desde 1248 fue el Capitán General de la Santa Sede- en agradecimiento por su contribución a la victoria de su hermano, Carlos I de Anjou, en la batalla de Benevento (del 26 de febrero de 1266), que enfrentó a los sicilianos de Manfredo de Hohenstaufen contra los franceses que lograron salir victoriosos en la conquista del reino de Nápoles y Sicilia. El conde Guido Guerra a su vez donó la reliquia a la iglesia de San Lorenzo, donde, para conservarla con la debida solemnidad se elaboró un altar con retablo de terracota vidriada -proyectado por el artista renacentista Andrea della Robbia- que contiene una reja circundada por cuatro ángeles para resguardarla.

Para custodiar la reliquia y promover su culto de manera adecuada, se fundó la Hermandad de la Sagrada Leche con la encomienda de que cada año, en la primera semana de septiembre se desarrollara la Fiesta de la Sagrada Leche de la Virgen María para venerar la reliquia, hasta que en el siglo XVIII la Hermandad fue disuelta. La festividad continúa hasta ahora, y aunque se cambió su nombre a Fiesta del Perdón, la reliquia de la Sagrada Leche se sigue sacando de su recinto para procesionar por la ciudad.

El altar y retablo de Andrea della Robbia, que en el siglo XVII había sido parcialmente desmontado, se logró restaurar en 1973 para ser colocado en el museo de la Colegiata de San Lorenzo, donde permanece expuesto junto con todos los relicarios que en el tiempo han contenido la reliquia.

Una reliquia más de la Leche de la Virgen María se conserva en la abadía de Nuestra Señora d’Evron, en Francia, dentro de un tubito de cristal contenido en un pequeño relicario de estaño de cuatro centímetros. La tradición refiere que llegó en el siglo VII, procedente de Tierra Santa, por un peregrino francés que la recibió de manos de un sarraceno al que sirvió como esclavo durante 15 años, tiempo tras el cual le concedió la libertad y le obsequió la reliquia. Al recibirla el obispo, tras una revelación divina hizo edificar esta iglesia dedicada a la Virgen María.